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miércoles, 22 de agosto de 2018
"LA FLOR DE LA CANELA" canta CHABUCA GRANDA
Letras
Déjame que te cuente, limeño
Déjame que te diga la gloria
Del ensueño que evoca la memoria
Del viejo puente, del río y la alameda
Déjame que te cuente, limeño
Ahora que aún perfuma el recuerdo
Ahora que aún mece en su sueño
El viejo puente el río y la alameda
Déjame que te diga la gloria
Del ensueño que evoca la memoria
Del viejo puente, del río y la alameda
Déjame que te cuente, limeño
Ahora que aún perfuma el recuerdo
Ahora que aún mece en su sueño
El viejo puente el río y la alameda
Jazmines en el pelo y rosas en la cara
Airosa caminaba la flor de la canela
Derramaba lisura y a su paso dejaba
Aroma de mixtura que en el pecho llevaba
Airosa caminaba la flor de la canela
Derramaba lisura y a su paso dejaba
Aroma de mixtura que en el pecho llevaba
Del puente a la alameda
Menundo pie la lleva
Por la vereda que se estremece
Al ritmo de su cadera
Recogía la risa de la brisa del río
Y al viento la lanzaba del puente a la alameda
Menundo pie la lleva
Por la vereda que se estremece
Al ritmo de su cadera
Recogía la risa de la brisa del río
Y al viento la lanzaba del puente a la alameda
Déjame que te cuente, limeño ay!
Deja que te diga moreno mi pensamiento
A ver si así despiertas del sueño
Del sueño que entretiene, moreno
Tus sentimientos
Deja que te diga moreno mi pensamiento
A ver si así despiertas del sueño
Del sueño que entretiene, moreno
Tus sentimientos
Aspiras de la lisura
Que da la flor de canela
Adornada con jazmines
Matizando tu hermosura
Que da la flor de canela
Adornada con jazmines
Matizando tu hermosura
Alfombras de nuevo el puente
Y engalanas la alameda
que el río acompasara tu paso por la vereda
Y engalanas la alameda
que el río acompasara tu paso por la vereda
Y recuerda que, jazmines en el pelo y rosas en la cara
Airosa caminaba la flor de la canela
Derramaba lisura y a su paso dejaba
Aroma de mixtura que en el pecho llevaba
Airosa caminaba la flor de la canela
Derramaba lisura y a su paso dejaba
Aroma de mixtura que en el pecho llevaba
Del puente a la alameda
Menundo pie la lleva
Por la vereda que se estremece
Al ritmo de su cadera
Recogía la risa de la brisa del río
Y al viento la lanzaba del puente a la alameda
Compositores: Isabel Chabuca GrandaMenundo pie la lleva
Por la vereda que se estremece
Al ritmo de su cadera
Recogía la risa de la brisa del río
Y al viento la lanzaba del puente a la alameda
De mi amigo Darío Mejía:
"La Flor de la Canela" es considerada por muchos peruanos como una especie de himno, siendo también el vals peruano más interpretado en el mundo. Chabuca Granda le dedicó esa canción a Victoria Angulo de Loyola, una mulata nacida en Barranco el 21 de julio de 1891, donde pasa su niñez para luego mudarse al Rímac, donde se casó, y que fue donde vivía cuando Chabuca la conoció.
En la casa de Victoria Angulo solían armarse unas jaranas memorables que reunían a las grandes glorias de nuestro criollismo de aquella época. Por su casa desfilaban sus primos hermanos Elías y Augusto Ascuez, su prima Bartola Sancho Dávila, también Manuel Covarrubias, Luciano Huambachano, Pablo Casas Padilla y lo más renombrado de la bohemia criolla. Chabuca Granda fue llevada a la casa de Victoria Angulo por María Isabel Sánchez Concha de Pinilla, una barranquina muy vinculada con los artistas.
La casa de Victoria Angulo quedaba en un corralón frente al "Puente de Palo", que ya no existe. Dicho puente quedaba en la curva del ferrocarril Lima-Ancón y comunicaba al Jirón Arica (hoy Rufino Torrico) con "Abajo el Puente" (como también se le conoce al Rímac). Ese "Puente de Palo" es el puente al que se refiere Chabuca Granda en "La Flor de la Canela" y no el Puente de Piedra o el Puente de los Suspiros como, equivocadamente, son mencionados a veces. Al "Puente de los Suspiros" le dedicaría, posteriormente, otro vals.
Chabuca Granda, por esa época, trabajaba en la Antigua Botica Francesa en la Calle Mercaderes (hoy Jirón de la Unión). Victoria Angulo solía visitar a Chabuca allí y le comentaba el trayecto que tenía que recorrer a pie, a través del Puente de Palo, para regresar a su casa. Chabuca fue forjando así una canción que se la iba cantando a las hijas de Victoria cuando ellas la visitaban en su trabajo.
Según información proporcionada por Teresa Fuller Granda, hija de Chabuca Granda, el 7 de enero de 1950 Chabuca Granda firma "La Flor de la Canela" en su cuaderno. En esa fecha, Chabuca Granda termina de hacer "La Flor de la Canela" cuyas dos primeras estrofas estaban hechas con casi un año de anticipación. Oscar Avilés, en la entrevista que le hiciera Mario Cavagnaro en el Programa Televisivo "Avanzada Criolla", contó que ese día era el cumpleaños de José Moreno, criollo que lo celebraba con jarana y que fue donde Chabuca se inspira empezando a tararear "... Déjame que te cuente limeño, deja que diga Moreno (el dueño de casa)...". Se encontraban presentes Augusto Ego Aguirre, Alejandro Cortez, José Moreno, Leturia, Alfredo Weston, Oscar Avilés y otros criollos más.
Chabuca Granda cantó "La Flor de la Canela" por primera vez a Victoria Angulo en su cumpleaños, el 21 de julio de 1950. Ninguna de las dos se imaginó, en ese instante, que más que un presente de cumpleaños, Chabuca Granda había inmortalizado a Victoria Angulo con su canción.
Victoria Angulo falleció el 18 de diciembre de 1981, pero "La Flor de la Canela" nos hará recordar a ella y Chabuca Granda, por toda la eternidad.
Darío Mejía
Melbourne, Australia
miércoles, 25 de julio de 2018
lunes, 25 de junio de 2018
sábado, 23 de junio de 2018
viernes, 22 de junio de 2018
LIMA DE NUEVO
¡Lima de
nuevo! Una felicidad llegar a lo de
uno…aunque sea en medio de golpes de martillos y de encontrar mi lavandería
medio destrozada y las cañerías
destapadas porque ya es perentorio el cambio en este edificio viejo y
cansado. Mis muebles siguen tapados
porque no quiero que les caiga el polvo que levanta la picada de las paredes.
No hay agua en la cocina y hay que lavar los platos en el lavadero del baño de
distribución. Pero es maravilloso llegar
y saber que uno es dueño de su tiempo y de su espacio.
Lima está
llena de arte y de sociabilidad. En un
fin de semana he visto hermanos y amigos queridos. Muchos almuerzos, cafecitos, y sobre todo…arte
que se me sale por los poros. He ido a
escuchar a la Sinfónica en nuestro maravilloso Teatro Nacional, que tiene una
acústica maravillosa; he disfrutado de una película peruana, Wiñaypacha…muy
diferente de lo que he visto…peruana y llena de sentimientos que cuenta la
historia de la ancianidad y pobreza en las punas…una catársis para nuestros
indiferentes corazones…; he paseado por jirones y calles en el centro de Lima y
he aprendido de artistas jóvenes, como Humberto Saldarriaga que cuentan nuestra
historia a través de sus cuadros…60 pa’arriba es un cándido tributo a la vejez
y envejecimiento, que se expone en la casa museo de un personaje de la escuadra
de la Independencia…O’Higgins. Después
de acompañar a mis amigas en su devoción a San Judas Tadeo y ver la cantidad de
fieles que hacen cola para tocar el altar de plata del Santo abogado de los
trabajadores, llenos de flores y arreglos florales que agradecen el favor
concedido, nos dirigimos a comer nuestro sánguche de jamón del norte con su
“azuquitar” y su acompañante de salsa de cebolla, en el centenario Bar
Cordano. Arriba descansan impasibles los
gallinazos en el dintel de las ventanas del otrora famoso y trágico hotel
Comercio. Al lado, los restauradores
continúan con su obra de embellecimiento de la Ciudad. Nos tomamos una foto
frente a Palacio, y nos la toma un policía de la guardia. Nos reímos de la informalidad de nuestros
peruanos. Al fondo hacen guardia los Húsares
de Junín, guardia del Palacio y del presidente. Sobre el atrio de la catedral y
al costado de la pileta de la Plaza de Armas, contemplan el cambio de guardia
turistas y peruanos que por allí pasan.
En Lima los
taxistas te cuentan su historia (muchos cuentan los asaltos que sufren cuando
trabajan de noche), conversan de política o de fútbol. En esto último me hago la versada, pero no sé
ni papa. En Lima la fiebre por el fútbol
y el mundial está altísima. Niños y
adultos se compran las figuritas de sus preferidos jugadores e intercambian las
repetidas para el álbum, como hacíamos con las figuritas de ángeles, flores y
canastas, de tiempos antiguos.
Y no faltan
los recorridos históricos de mi amigo Marco Antonio Capistrán Núñez, quien con
paso seguro nos guía por calles y jirones, contándonos esta vez la historia de
los monumentos, aderezándola con anécdotas desconocidas. Parece el flautista de Hamelin, al cual se le
van acoplando varios seguidores a lo largo de su recorrido.
Y por allí
me dirijo al Museo de Arte de Lima (el MALI), porque la naturaleza me llama…En
eso veo un cartel tentador…Están exponiendo las pinturas y esculturas del
famoso Johan Miró…español, catalán y amigo de Picasso. La tentación es demasiado grande…pago mis 10
soles de adulto mayor y me meto para hacer una “visita rápida”. Por allí me invita un amable anfitrión, a
integrarme a un grupo guiado. No me
gusta la pintura abstracta, pero es famoso y me han dicho que es buena la
exposición. No sabía que mi perspectiva cambiaría después de la
explicación. Mujer, pájaro y estrella…características
de un pintor que se rebela contra “la Academia” de sus tiempos…que les pone
títulos a sus cuadros en tres idiomas…español, catalán y francés, y que
evoluciona desde el uso de los colores fuertes hasta los blancos puros y
dimensionales, minimalistas y con sobrentendidos de espacio y tierra. Sus esculturas muestran la conexión del
hombre con la tierra y el universo…toda una cosmovisión. Por allí se acerca el director de un
diario…muchacho joven que ama a Miró y está ávido de recomendarnos estudiarlo y
nos explica lo que sabe sobre la concepción del mundo del artista, sobre su
amistad con Picasso, y sobre ese último cuadro que termina cuando su amigo
muere, y que pinta toda su vida de artista. Allí está a un costado, la gran
obra en persona.
¡Me tengo
que salir corriendo! Mi hermana me
espera a almorzar. ¡Pero qué hambre! Para tranquilizar los rugidos de mi estómago,
me compro una chicha morada en un quiosco del museo previa pregunta tonta de
que, si el agua está hervida y sin microbios porque yo vengo del extranjero,
¡pues! A la salida está el heladero que
me vende un sándwich de D’Onofrio de galleta de chocolate con helado de
vainilla… es miniatura y me cuesta un sol… Así se alivia mi conciencia… Cruzo al frente boto mi papelito en un basurero
y me subo al Corredor azul para irme a mi invitación.
Y así tan
fácil como me integro al mundo del arte y de la historia y de la cultura
popular; a un mundo sencillo y voraz, así me integro al mundo familiar
miércoles, 30 de mayo de 2018
Por el Viejo Jirón de la Unión
POR EL VIEJO JIRÓN DE LA UNIÓN
Por Ana Maria Malachowski
A mediados de la década del diez, Lima era una pequeña aldea. Una aldea polvorienta y somnolienta. Era una Lima confidencial y silenciosa; una Lima donde todos se conocían y una Lima gentil pero no melosa. Bastaba un saludo o tan solo una frase para citarse nada más al encontrarse. Una Lima para reunir a dos amigos a tomar "cualquier cosa" y cualquier cosa ya sabía el camarero qué significaba. Para uno llevaba un pisco ligeramente teñido del color del vermouth con un toque de amargo y para el otro, un pisco coloreado un tanto aromático. Y aromático era el perfume de las flores cuando a la hora del meridiano aparecían andando algunas floristas llevando en sus canastas grandes y coloridos jazmines y es que en esas épocas no había más ambulantes que aquellas floristas y unas cuantas fruteras vendiendo sus paltas, paltas que eran todo un lujo traídas desde la aún lejana Chanchamayo.
El jirón de la Unión es tan antiguo como la Fundación de Lima. Antes de llamarse así, cada una de sus once cuadras llevaba un nombre diferente, de acuerdo a algún negocio o dependencia que allí se encontraba. Puente de Piedra, Palacio, Portal de Escribanos, Mercaderes, Espaderos, La Merced, Baquíjano, Boza, San Juan de Dios, Belén y Juan Simón. Sin embargo, donde reinaba el encanto y el deleite; los galanes y el glamour, estaba entre la Plaza de Armas y la antigua Plazuela de la Micheo que dio paso, años más tarde, a la Plaza San Martín.
Eran los tiempos de la Belle Époque, eran los tiempos de los cambios de gustos y colores. Eran los tiempos del champagne y del ajenjo; del caviar y de los champiñones. Eran los tiempos del Palais Concert y de la Aurora Literaria y eran los tiempos de las mujeres bonitas que llamaban la atención con sus trajes ceñidos, sus sombreros de ala ancha, sus inmensas plumas o flores y tules o gasas. Eran los tiempos de los políticos y de los no tan políticos; de los tenorios y de los dandis que aparecían al repiquetear de las doce campanadas de La Merced. Siempre elegantes y siempre llamativos y llamativos eran los llamados "huachafos" que, al caer el sol, salían a la luz perfumados de su aroma favorito, la Violeta de Parma; y de tonos rosas y violetas eran, en ese distinguido jirón, algunas de las vistosas vitrinas. Y a las seis de la tarde, las damas asistentes a la vermouth del Teatro Excelsior, recibían sus 'boutonnieres' de flores. Por ese paseo nacieron y murieron muchos amores; hubo muchos encuentros y también desencuentros. Una famosa cigarrería era el mentidero de moda allí, junto a la calle Mantas, donde escritores y periodistas entraban y salían presurosos de Mundial y en Mercaderes estaba la peluquería de un tal Guillén donde los señores, recién rasurados, salían a las puertas para que las señoras los vieran luciendo sus grandes bigotes. La gente se saludaba quitándose el sombrero y sin sombrero podían acabar algunos si se refrescaban y estimulaban con un trago de más en las Gotas Amargas y la redacción de Variedades estaba a unos cuantos pasos nada más y era Clemente Palma, su director, que acompañado de un cigarrillo Zuzini en la mano al lado del estupendo fotógrafo, don Manuel Moral, saludaba de una manera no muy efusiva a don José Pardo y Barreda que a inicios del siglo, siendo Presidente de la República, al lado de su alto y delgado edecán y muy elegantemente trajeado de negro con sus finas corbatas parisinas, caminaba tranquilo por sus angostas veredas recibiendo el saludo amable de unos y no tan amable de otros. Eran otras épocas. Pero dejando atrás a Clemente con sus grandes y gruesos bigotes y a don Manuel con sus poses de don Juan; sobre la calle Espaderos, se erguía, en la puerta del Broggi y Dora, la figura alta, carismática y galante del director de la Opinión Nacional, don Andrés Aramburú, siempre de levita, siempre con un ramo de violetas en la solapa y siempre con escarpines. Aramburú podía conversar largo rato con algunos políticos, acompañados de la especialidad de la casa: un bitter batido o un cocktail de fresas.
Eran otros tiempos donde sobraba el tiempo. Pero el tiempo pasó y también pasó la Belle Époque y pasaron Valdelomar y Mariátegui; Vallejo y Pradita. Pasaron el Palais Concert y la Aurora; el Broggi y Dora y las Gotas Amargas. Pasó el Jardín de Estrasburgo y los valses de las sonrosadas damas vienesas. Muchos se fueron y otros llegaron como llegaron los treinta y las afinadas siluetas; los cuarenta con sus grandes Cadillacs y los lujosos Lincoln que recorrían el viejo jirón y llegaron los cincuenta. Los cincuenta y, sobre sus rieles, los tranvías traqueteando lento por las angostas calles con su conductor vestido de uniforme azul y kepi y azules eran tal vez, los antiguos colectivos, pesados y parsimoniosos. Eran antiguos pero no tanto como el antiguo jirón con sus casonas coloridas y sus hermosos balcones incrustados como joyas sobre sus fachadas. Lima era aún pequeña, pacata y silenciosa. Por aquellos días, los caballeros andaban muy elegantes con sus sombreros y sus corbatas y es que en esa época usaban tirantes y ligas para sostener sus calcetines de seda y si el calor los sofocaba, rara vez se despojaban de sus chaquetas pues era de mala educación andar con solo la camisa y ni hablar de mostrar la camiseta. A jironear también iban los jóvenes galanes a piropear y mirar a las mujeres en sus compras con sus trajes elegantes, sus sombreros y sus guantes. Allí, en el jirón de la Unión, quedaban las mejores tiendas y las mejores joyerías. La antigua Casa Welsch, fundada en los años que Castilla gobernaba. La Casa Crevani donde los ricos compraban sus finas corbatas y los cueros de Pedro P. Díaz.
Unos cuantos mendigos asomaban por los atrios de la Catedral. En el jirón se podía sentir el andar de don Pedro Cordero y Velarde o escuchar el musical silbato del guardia Nonone. Algunos ambulantes ofrecían su mani o sus habas y las fruteras que, con sus canastas al brazo, recorrían las calles con sus voces que, como un eco, retumbaban en ciertas esquinas donde el sol ardiente del verano calentaba: a sol la manzana, a sol a sol. "Qué lleva casero", le preguntaban a Pedro Beltrán en su ruta hacia La Prensa donde Ron lo esperaba para abrirle las puertas. Pero también estaban las tiendas de papelería fina y los almacenes de finas telas importadas. Y las confiterías repletas a la hora del té y los restaurantes familiares como el Pedrín o el Raimondi. Y en todas partes habían los sitios de paso, para de paso y bajo la sombra de un cálido toldo beber un bitter de coca y batir los dados como en el Cuneo y Bandirola; o beber los mañaneros expressos en el Café Viena. Y cómo olvidar de los mejores y más sabrosos helados de vainilla con espeso sirope de chocolate en la Botica Francesa. Lima era pequeña como en la década del veinte. No había smog ni tráfico endemoniado ni bocinas ni autos veloces pero sí un auto negro que pasaba raudo y veloz, era el de Esparza Zañartu. Recorrer el viejo jirón de la Unión era encantador, era un placer, era un deleite y es que era el centro de la ciudad.
martes, 15 de mayo de 2018
EL CICLO DE LA VIDA
EL CICLO DE LA VIDA
De las entrañas de la Madre Tierra nace un
árbol frondoso de cuyas gruesas ramas se multiplican innumerables hijuelos que
perpetuarán su vida. Los árboles son
catedrales de la vida. Por ellos se
pasean y deslizan muchos géneros de seres vivientes que encuentran refugio en
sus múltiples rendijas.
En sus ramas, escondidos y protegidos por las
verdeantes hojas, se posan pajarillos de gráciles cuerpos y plumajes coloridos,
quienes, con los primeros hervores de la primavera, construyen trabajosa y
pacientemente sus nidos. En ellos depositan sus huevos, que luego empollarán
para reproducirse. En su diario vuelo o
recorrido, fecundan a plantas diversas y fomentan la diseminación de nuevas
especies vegetales que alimentan, entre otros, al más poderoso de los seres
vivientes…al hombre, nacido de una mujer y empoderado por Voluntad Divina, de
esa naturaleza que lo rodea.
Mujer que caminas por el mundo, dicen que,
creada por la tierra, hoy te conviertes en el origen de esa vida que no podría
existir sin formarse en tus aposentos preparados para alojar a un nuevo ser que
recicle la naturaleza.
Y en este ciclo de la vida, tú, mujer madre, eres
la responsable principal de la crianza saludable de este nuevo ser que albergas
en tu seno, para luego amamantarlo y llevarlo de la mano por los caminos de su
destino; hasta que, como el pajarillo, pueda volar libremente, pintando su ruta
con los colores que iluminen sus rumbos.
Hoy y siempre te rendimos pleitesía, porque
todos los días son tus días. Porque los meses que alimentas a ese ser que se
forma en tu vientre y los años de desvelos y preocupaciones, tu alegría
compartida, tu sonrisa bendita, tus consejos interminables, tu ejemplo de
solidez en tus principios y el respeto a los valores de persona derecha, son
todas cualidades que deben de felicitarse para siempre…no sólo hoy!
Lucy Valdivieso
Mayo 2018