La historia de la “fiebre del caucho” que tuvo su mayor auge en sudamérica entre los años 1879-1912 tuvo importantes implicaciones socio-económicas y culturales sobre las poblaciones de la amazonía
del Perú, Bolivia , Colombia, Ecuador y principalmente Brasil, de donde era oriunda la Hevea Brasilensis o árbol del caucho. Fue una historia teñida de sangre, de riqueza ilícita, de la destrucción del medio ambiente por la ambición de los “shiringueros” (explotadores del caucho o shiringa), pero que también marcó una época de progreso económico muy importante para los países implicados.
En mi caso particular y teniendo familiares que han nacido en la selva peruana, tengo una inquietud y fascinación muy grande por averiguar lo que pasó en aquel entonces; quizás porque en esta historia se cuenta la vida de los pobladores emigrantes de las regiones amazónicas y cuáles fueron las razones por las que fueron impulsados a dejar sus lugares de origen. Me inquietaba saber cómo habían sido sus primeros contactos con los nativos de la zona y cómo la intrusión de estos recién llegados afectó a las poblaciones aborígenes social y culturalmente.
Los cronistas de la conquista cuentan que ya desde las épocas del descubrimiento de América por Colón, en 1495, los expedicionarios contaban que habían visto a los nativos jugar con pelotas de goma y que se asombraban tanto de los grandes saltos que daban éstas, que pensaban que estaban poseídas de espíritus malignos. Los mayas hasta mezclaron el látex con los jugos de las savias de otras plantas, para prolongar la vida de los objetos confeccionados con caucho. Ellos hacían una especie de zapatos de goma sumergiendo sus pies en látex. Los aztecas tenían un juego con una pelota hecha de caucho en el cual los perdedores eran sentenciados a muerte. Se han encontrado pelotas de goma pre-colombinas que datan de 1600 AC.
La fascinación de los europeos por la amazonía los llevó a emprender diversas expediciones botánicas. En 1745, el científico francés Charles Marie de la Condamine fue asignado a Sudamérica por el rey Luís XV con el fin de medir un grado del meridiano, y a su regreso reportó a la Academia de Ciencias de París sobre los usos extraños que le daban los indios Omaguas ecuatorianos a la savia del árbol llamado Cahuchu (en lengua nativa: significa el árbol que llora). Ya para ese entonces, los viajeros que regresaban de esos parajes comenzaron a llevar muestras del producto a Europa. En el siglo XVIII Portugal importaba de Brasil sombreros, capas y bolsas de goma. En Inglaterra se le usaba para hacer planchas de “gomas para borrar”. En 1823, Charles Mc Intosh mezcló el caucho con un solvente, la nafta, y volcó la goma líquida sobre un corte de tela para crear un forro impermeable. Muchos lo acusaron de brujería. La goma en su estado natural comenzó a transportarse de Sudamérica a los Estados Unidos y Europa y se le dieron diversos usos como en la confección de mangueras para incendios, catéteres, o en bombas para máquinas productoras de cerveza. Sin embargo, la duración del material era limitado ya que con el frió se volvía duro y se cuarteaba y con el calor, se volvía pegajoso y maloliente.
Fue recién en 1839, cuando el inventor Charles Goodyear, accidentalmente vertió azufre sobre una sartén con látex derretido, y se descubrió el proceso de vulcanización, por el cual se modifican las propiedades físicas del caucho y lo hacen resistente a las variaciones climáticas, haciéndolo más elástico y resistente. Este suceso despertó un inusitado interés por el producto en el mundo. Por ese entonces, el mundo atravesaba por un desarrollo tecnológico creciente como consecuencia del surgimiento de la Revolución Industrial en Inglaterra. En 1888, John Dunlop perfeccionó la llanta neumática de goma (inflada con aire).
Todos estos acontecimientos propiciaron el desmedido interés de los europeos por esta sustancia y se volcaron a la amazonía sudamericana en búsqueda del “oro negro” para su explotación. En 1872 Inglaterra sóla importaba casi 3,000 toneladas de caucho a un costo de casi £720,000 libras esterlinas. La mitad de la importación anual del caucho provenía del Brasil donde existían la mayor parte de estas plantaciones.
Uno de los primeros colonos de la amazonía fue Henry Alexander Wickham, quien se estableció con su familia en Santarem, Brasil y se dedico a la explotación de este producto. En 1879 los británicos llegaron a la conclusión de que se debería chequear el talado irresponsable de los árboles de jebe tropicales y de que deberían crearse plantaciones de estos para prevenir su destrucción y asegurar una reserva permanente. Para ello, debería quitársele al Brasil el monopolio del caucho. Clemens Markham, un funcionario de la Oficina de Colonización de las Indias, quien en 1854, sin permiso del gobierno peruano, había trasladado a tierras coloniales inglesas plantones de quinina (disminuyó el precio de la quinina a nivel mundial en 1/16 de su precio original) urdió un plan que iniciaría la decadencia del monopolio económico del caucho. Con la colaboración del Doctor Joseph Hooker, Director de los Reales Jardines Botánicos de Kew, Markham trazó un plan para ofrecer a Wickham, amigo de Hooker, quien se encontraba en la amazonía brasilera, la compra de 70,000 semillas de la especie Hevea a 10 libras esterlinas por cada mil semillas. Por ese entonces, existía una ley por la cual la exportación de semillas de caucho se castigaría con la pena de muerte. Pero Wickham se corrió el riesgo, y haciéndose pasar por un investigador científico logró contrabandearlas y llevarlas a Inglaterra. Así, las semillas se comenzaron a cultivar en tierras coloniales inglesas y se dieron con magníficos resultados en Ceilán.
Mientras tanto, Brasil se había convertido en el mayor exportador de caucho del mundo y Manaos, a orillas del rió Amazonas era su centro comercial más importante. Su apogeo fue tan grande que se dice que en Manaos se tomaba más champagne que en París. Era impresionante el despilfarro del que hacían alarde los barones del caucho y sus familias. Construyeron residencias y sitios públicos fastuosísimos y extravagantes. Contaban, a diferencia de las otras poblaciones amazónicas, con alumbrado público, agua potable, buenas pistas, el primer sistema telefónico y toda clase de tiendas comerciales que importaban productos europeos. Sólo se utilizaba la libra esterlina como moneda. Y cuentan los pocos testigos que sobreviven esa época, que como las monedas eran de oro se acostumbraba a mascarlas para saber si eran reales. No se fomentó para nada la producción local.
Los nuevos ricos de Manaos convirtieron a esta ciudad en la capital mundial del comercio de diamantes. Era común ver a mujeres con incrustaciones de diamantes en los dientes, o el dar en los restaurantes una buena propina en libras esterlinas y un diamante de “yapa”. La influencia europea se hizo sentir por todos lados tanto en la vestimenta como en la importación de alimentos. En 1907 Manaos contaba con 37,000 habitantes y era una de las ciudades más caras de Sudamérica.
En el Perú, la bonanza del caucho alcanzo a ciudades como Iquitos, Moyobamba, Tarapoto, Lamas y Nauta. En Iquitos, son testimonios de esta época la Casa de Fierro diseñada por Eiffel, el malecón a orillas del rió Amazonas y otras edificaciones de tipo morisco. En 1864, Iquitos fue el centro cauchero de la selva peruana y el primer puerto fluvial sobre el rió Amazonas peruano y desde allí se mandaba el caucho a Manaos.
Las principales casa exportadoras fueron las de Julio César Arana, Luís Felipe Morey y la de Cecilio Hernández, aunque hubo muchos otros caucheros menores. En 1875, Rafael Reyes y hermanos comenzaron con el negocio de un caucho de menor calidad que el brasilero entre los ríos Caquetá y Putumayo en Colombia. En el lado sur del Putumayo, el peruano Cappa y el argentino Reátegui, iniciaron la extracción en la banda derecha del río Putumayo. Pero fue en 1899 que llegó el peruano Julio César Arana, nativo de Rioja, al sitio de “la Chorrera”, principal centro de explotación sobre el río Putumayo, y en 1909 despojó a todos los colombianos establecidos en aquella zona, forzándolos a vender sus concesiones y apoderándose del control de la mano de obra indígena.
En aquella época Arana tenía el monopolio del suministro de municiones en la región y contaba con el apoyo de la policía peruana en una zona de límites territoriales discutibles. Arana era un joven ambicioso y emprendedor que había viajado por los ríos de la selva peruana vendiendo mercadería y había observado cómo se explotaba el caucho, alimentando ilusiones propias. Su más grande impulso por triunfar se lo debió al profundo amor que sintió por su futura esposa, Elena Zumaeta, original de Lamas. Con el tiempo, abrió una tienda comercial en Tarapoto, en ese entonces una pequeña comunidad de 6,000 habitantes, y vendía víveres y provisiones a los recolectores de goma a cambio del pago con la cosecha que obtenían; estipulando que el precio obtenido fuera el precio del mercado en el día del acuerdo. Sus ganancias se extendieron hasta un 400% en las épocas del boom del caucho. Así fue introduciéndose poco a poco en el negocio...
Por la extensión e interés de este tema, este artículo se continuara en la próxima entrada llamada "Oro Negro".
Apasionante
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