Gabriela Mistral, (1889-1957) pseudónimo de Lucila Godoy Alcayaga, fue una poetisa chilena progresista, luchadora por los derechos sociales y los de la mujer, una gran autodidacta, diplomática y docente y una gran protectora de los niños. En 1914 se presentó y ganó el primer premio en los Juegos Florales, concurso literario de su país, por la presentación de su obra Sonetos de la Muerte.
Fue la primera latinoamericana y la primera perteneciente al género femenino que gano el Premio Nobel de Literatura en 1945.
Nació en Vicuña, Chile y se crió en la ciudad andina de Montegrande. Su padre abandonó el hogar a temprana edad y su madre la mantuvo sus primeros años con su labor de costurera. A pesar de nunca haber seguido estudios después de los 12 años de edad, fue una gran autodidacta y logró trabar amistad y trabajar con personalidades como José de Vasconcelos y tambíen con Pedro Neruda. Viajó por todo el mundo desempeñando muchos puestos docentes y diplomáticos.
Murió en Nueva York en 1967, de cáncer al páncreas, a la edad de 67 años. Sus restos fueron trasladados a Chile 9 días después de su muerte, adonde fue recibida por su pueblo con gran dolor. Chile declaró tres días de duelo por su muerte y cientos de miles la acompañaron es su entierro.
Fue autora de diferentes libros y poesías entre los que se pueden mencionar como los más importantes: Piecitos de Niño, Balada, Todas Íbamos a ser reinas, La Oración de la Maestra, el Ángel Guardián, Decálogo de la Artista y a Flor de Piel.
Sus poemas son románticos y algunos temas centrales son el amor, la naturaleza, el amor de una madre, el dolor y el perdón y la identidad latina. Uno de sus poemas más mencionados es Su Nombre es Hoy, donde hace una defensa de la educación del niño:
Hoy
Somos culpables de tantos errores y tantas faltas.
Pero el peor de nuestros crímenes
es abandonar a los niños,
despreciando la fuente de la vida.
Muchas de las cosas que necesitamos pueden esperar.
El niño no puede.
Ahora es la hora,
Se están formando sus huesos,
Se está haciendo su sangre,
Y se están desarrollando sus sentidos.
No podemos responderle "mañana".
Su nombre es "hoy".
En una vieja revista de mi abuela encontré esta poesía de Gabriela, que refleja su gran preocupación por la protección maternal de los niños:
MIEDO
Yo no quiero que a mi niña
golondrina me la vuelvan;
se hunde volando en el Cielo
y no baja hasta mi estera;
en el alero hace el nido
y mis manos no la peinan.
Yo no quiero que a mi niña
golondrina me la vuelvan.
Yo no quiero que a mi niña
la vayan a hacer princesa.
Con zapatitos de oro
¿cómo juega en las praderas?
Y cuando llegue la noche
a mi lado no se acuesta...
Yo no quiero que a mi niña
la vayan a hacer princesa.
Y menos quiero que un día
me la vayan a hacer reina.
La subirían al trono
a donde mis pies no llegan.
Cuando viniese la noche
yo no podría mecerla...
¡Yo no quiero que a mi niña
me la vayan a hacer reina!
Cuando yo era niña se mudó a mi barrio de Miraflores, una señora chilena que tenía una hija de mi edad. Se llamaba Sylvia, pero no me acuerdo de su apellido. Su madre era linda y nos enseñaba a bordar y a leer cuentos y poesía. Ella nos contó que era sobrina de Gabriela Mistral y siempre nos hablaba de ella. Esta vez, viendo el libro de mi abuela, la recordé y quise escribir sobre esta gran autora. Siempre recuerdo con nostalgia aquellos momentos en los que tuve la oportunidad de poder estar alrededor de gente que me ayudó en mi formación intelectual durante los años de mi niñez.
se hunde volando en el Cielo
y no baja hasta mi estera;
en el alero hace el nido
y mis manos no la peinan.
Yo no quiero que a mi niña
golondrina me la vuelvan.
Yo no quiero que a mi niña
la vayan a hacer princesa.
Con zapatitos de oro
¿cómo juega en las praderas?
Y cuando llegue la noche
a mi lado no se acuesta...
Yo no quiero que a mi niña
la vayan a hacer princesa.
Y menos quiero que un día
me la vayan a hacer reina.
La subirían al trono
a donde mis pies no llegan.
Cuando viniese la noche
yo no podría mecerla...
¡Yo no quiero que a mi niña
me la vayan a hacer reina!
Cuando yo era niña se mudó a mi barrio de Miraflores, una señora chilena que tenía una hija de mi edad. Se llamaba Sylvia, pero no me acuerdo de su apellido. Su madre era linda y nos enseñaba a bordar y a leer cuentos y poesía. Ella nos contó que era sobrina de Gabriela Mistral y siempre nos hablaba de ella. Esta vez, viendo el libro de mi abuela, la recordé y quise escribir sobre esta gran autora. Siempre recuerdo con nostalgia aquellos momentos en los que tuve la oportunidad de poder estar alrededor de gente que me ayudó en mi formación intelectual durante los años de mi niñez.
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