De Wikipedia: Jefe Seattle (también Sealth, Seathl o See-ahth) (circa 1786 – 7 de junio de 1866) fue el líder de las tribus amerindias suquamish y duwamish en lo que ahora se conoce como el estado de Washington de los Estados Unidos. Siendo una figura prominente entre su gente, se convirtió al catolicismo y buscó un camino de acomodación para los colonos blancos, teniendo una estrecha relación personal con David Swinson "Doc" Maynard. Seattle, Washington, tomó su nombre del jefe por sugerencia de Maynard.
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En una publicación trimestral india, valorando el legado del jefe Seattle, Phillip Howell, líder de los klallam, se dice que pensaba de él que era «un indio de corte inferior, una broma entre los nativos» y, lo que es peor, «un cobarde y un traidor» por haber llevado a cabo las negociaciones del tratado y cedido las tierras indias al hombre blanco. Un punto de vista diferente es citado por Peg Deam, una especialista en desarrollo cultural del Concilio Tribal Suquamish. Ella fue citada diciendo que el jefe Seattle «fue puesto en una posición donde tuvo que hacer elecciones muy difíciles y en última instancia dañinas. Se rompieron muchos corazones porque el estilo de vida de los suyos fue cambiado completamente. Los colonos hicieron que los nativos se movieran a pequeños trozos de tierra, separados los unos de otros. Pero como líder y con lo que pudo prever en su momento, creo que hizo la elección adecuada». [2]
Murray Morgan subraya en Skid Road que un jefe del área de Puget Sound era meramente «un hombre rico con cierta elocuencia, un hombre cuyas opiniones llevaban más peso que las de los compatriotas de su tribu», más que un líder hereditario. También señala que el jefe Seattle fue excepcional porque dejó su huella como guerrero, pero ante todo fue un servidor para la paz.
En la tumba del jefe Seattle se puede leer: «Seattle, jefe de los suquamps y tribus aliadas, murió el 7 de junio de 1866. Firme amigo de los blancos, y por él la ciudad de Seatlle fue nombrada por sus fundadores». En el reverso: «Nombre bautismal: Noah Seath, de probablemente 80 años de edad».
(El registro sacramental de aquellos que seguramente bautizaron a Seattle, de la María Inmaculada en la misión de St. Joseph Newmarket, cerca de Olympia, ponen su nombre como Noe Siattle).
El siguiente documento es la carta que envió en 1855 el jefe indio Seattle de la tribu Suqwamish al presidente de los Estados Unidos Franklin Pierce en respuesta a la oferta de compra de las tierras de los Suqwamish en el noroeste de los Estados Unidos, lo que ahora es el Estado de Washington. En numerosos ámbitos ecologistas se le considera como "la declaración más hermosa y profunda que jamás se haya hecho sobre el medio ambiente". El Gran Jefe Indio Seattle le dio esta respuesta:
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Cada parcela de esta tierra es sagrada para mi pueblo. Cada brillante mata de pino, cada grano de arena en las playas, cada gota de rocío en los oscuros bosques, cada altozano y hasta el sonido de cada insecto es sagrado a la memoria y al pasado de mi pueblo.
Los muertos del hombre blanco olvidan su país de origen cuando emprenden sus paseos entre las estrellas, en cambio nuestros muertos nunca pueden olvidar esta bondadosa tierra puesto que es la madre de los pieles rojas. Somos parte de la tierra y, asimismo, ella es parte de nosotros. Las flores perfumadas son nuestras hermanas, el venado, el caballo, la gran águila, estos son nuestros hermanos. Las escarpadas peñas, los húmedos prados, el calor del cuerpo del caballo y el hombre, todos pertenecemos a la misma familia.
Por todo ello, cuando el Gran Jefe de Washington nos envía el mensaje de que quiere comprar nuestras tierras, nos esta pidiendo demasiado. También el Gran Jefe nos dice que nos reservará un lugar en el que podamos vivir confortablemente entre nosotros. El se convertirá en nuestro padre y nosotros en sus hijos. Por ello consideraremos su oferta de comprar nuestras tierras. Ello no es fácil ya que esta tierra es sagrada para nosotros.
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Deben enseñarles a sus hijos que el suelo que pisan son las cenizas de nuestros abuelos. Inculquen a sus hijos que la tierra está enriquecida con las vidas de nuestros semejantes a fin de que sepan respetarla. Enseñen a sus hijos que nosotros hemos enseñado a los nuestros que la tierra es nuestra madre. Todo lo que le ocurra a la tierra le ocurrirá a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen en el suelo, se escupen a sí mismos. Esto sabemos, la tierra no pertenece al hombre, el hombre pertenece a la tierra. Esto sabemos, todo va enlazado, como la sangre que une a una familia. Todo va enlazado. El hombre no tejió la trama de la vida, él es sólo un hilo. Lo que hace con la trama se lo hace a sí mismo.
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