Pages

sábado, 9 de agosto de 2014

UN ENANO SONRIENTE






En las ferias artesanales peruanas y bolivianas están siempre presentes aquellos seres regordetes de facciones occidentales, con chullo, sombrero yponcho.  Ellos están cargados de montones de utensilios domésticos, casitas en miniatura, billetitos (algunos andan tan modernizados que en vez de soles y pesos, llevan dólares y euros) y bolsitas de comidas secas.  Parece que está mudándose; “a lomo” nomás.  Y ni le molesta su enorme carga.  Sonríe nomás; y parece que nos quiere abrazar, pues mantiene sus brazos extendidos y las palmas hacia arriba, como diciéndonos: “que gusto de verte!”.  Todos sabemos que le dicen el Ekeko y que tenerlo trae suerte a su dueño; más, si éste ha sido un regalo de alguien que nos quiere bien.  Pero muy pocos están enterados de su origen “sagrado”.
Las primeras evidencias de este enigmático ser se remontan al descubrimiento a orillas del Lago Titicaca, en 1942, de unas figurillas de piedra, y otras de plata, que representaban a un hombre jorobado y con el miembro viril en estado erecto.  La antigüedad de aquellas imágenes se situó entre los anos 200 AC y 700 DC, época del Periodo Formativo Tardío de la cultura Tiahuanaco.
Los estudiosos de la historia pre-colombina utilizaron información proveniente de la tradición oral indígena, recogida por los cronistas de la conquista, en la que se identificaba a este ser como el dios de la alegría, abundancia y unión sexual.  También se encontraron posteriormente, estas figuritas confeccionadas con arcilla, madera, yute, yeso y  hojalata.
En el diccionario de Vocabulario Aymara de Ludovico Bertonio de 1616, se describe al “Ecaco o Thunupa:  nombre de quien los indios antiguos cuentan muchas fábulas; y muchos en estos tiempos las tienen por verdaderas; y así sería bien procurar deshacer esta persuasión que tienen por embuste del demonio”.
Antes de la llegada de los españoles, la fiesta del Ekeko se celebraba durante el solsticio del verano (21 de Diciembre en el hemisferio sur) y estaba profundamente vinculada a las fiestas de celebración de la Pachamama; de fertilidad de la tierra.  Todas las actividades de la vida diaria del hombre andino y su ocupación central, que era la agrícola, se  basaban en el movimiento de los astros y en la sucesión de las estaciones.  Hombre y religión estaban profundamente integrados y buscaban establecer una relación armónica con las fuerzas de la naturaleza; a las que creían animadas, y que determinaban el curso de su existencia y la continuidad del cosmos.  Sus ceremonias se centraban en la adoración de ellas, con el fin de garantizar el éxito en sus cosechas y en su vida familiar y comunitaria.
En la cosmovisión del Tiahuanaco existían tres mundos: El Hananpacha o mundo superior, donde moraba Wiracocha o ser supremo.  Según Carlos Ponce, arqueólogo boliviano y estudioso  de la cultura Tiahuanaco, los modelos de todo lo existente en el mundo, como la llama, el maíz y el rayo, que estaba divinizado, existían allí.  En el segundo plano o Kaypacha o tierra, vivía el hombre.  El tercer plano era el mundo subterráneo o Ukupacha, lugar de origen de las aguas y de las fuerzas que permiten la reproducción de las plantas y de los animales.  Estos tres planos fueron, luego, utilizados por los españoles para enseñarles a los indígenas los conceptos de cielo, tierra e infierno.
Al rayo, existente en el plano celestial, se le representaba como una estatua con joroba.  El rayo estaba asociado con la lluvia, que era el elemento sagrado indispensable para la producción de los alimentos.  Según Ponce, las estatuas con joroba, de unos 60 centímetros de alto, encontradas en la Isla del Sol, en el Lago Titicaca, y que fueron sacadas del agua por unos campesinos, en 1942, corresponden a la última época de la cultura Tiahuanaco, que se extiende entre el año 347 y el 1187.  Según dice Ponce, en la Isla del Sol probablemente existía un templo dedicado precisamente al jorobado, ya que es demasiado coincidente que se encuentren cinco o seis estatuas juntas.  Dice que las primeras estatuillas encontradas llevaban un pututu o caracola marina en las manos; dice que la caracola es la representación del trueno.  Al destruirse el Tiahuanaco, muchas de las imágenes de la cosmovisión de aquella cultura, son adaptadas por el Imperio Incaico; que le sucede.  Según Ponce, procedentes de aquella época, se encuentran unas figuritas de plata que representan a un ser jorobado, desnudo, y con un gran pene: la herencia Tiahuanacoide del concepto de fertilidad que emana del dios rayo.
Según Jorge Mansilla Torres, poeta y periodista boliviano, en una crónica recogida en Puno por Fernando Montes Ruiz, e incluida en el libro de este ultimo, “La Mascara de Piedra”, el Ekeko o Iqiqu era un hombre bondadoso y sonriente que fue premiado por el Apu Qollana Auki (dios todopoderoso), y lo dotó de poderes sobrenaturales como los de mover piedras gigantes, secar ríos enteros o abrir y mover montanas.  Tenía poder para dar todo lo que le pidiesen, y al que lloraba, lo hacía reír.  Pero como en la cosmovisión aymara, existe el concepto de dualidad en la existencia (bueno-malo, claro-oscuro, etc.), se dio que el anchanchu o diablo, medio hermano del Ekeko, creó el caos y mató a este ultimo.  Sus miembros los enterró en diferentes lugares, para impedir una reunión futura de su cuerpo.  Algunos creen que cuando se emancipe el pueblo aymara, se reunirán las partes del cuerpo mutilado del Ekeko.
Entre las culturas andinas existía la creencia de que en las celebraciones de sus divinidades debían presentarse miniaturas de todo cuanto anhelaban poseer o alcanzar.  Así, durante las celebraciones del solsticio de verano se exponían a los primeros rayos del sol estos amuletos o illas, básicamente relacionados con la agricultura y crianza de animales, y pedían por el éxito de sus actividades.  También llevaban figuras representando a parejas en pleno acto sexual, con el fin de pedir por la fecundidad en el hogar.  Acompañaban a estos objetos, unos envoltorios o chuspas (bolsitas) con raíces que se creía servían para atraer a las parejas, diminutas hojitas de coca, piedritas, conchas y huayruros (semillas que se reproducen solas), con el fin de propiciar la fertilidad.  Al ser bendecidos por el sol, estos objetos, mezclados con las pequeñas esculturas, tendrían un efecto multiplicador.  Era en esa fecha que los antiguos aymaras intercambiaban las illas a través del trueque.  La fiesta se llamaba “Chalasita”( “cámbiame”)  Con la Colonia, esta practica cambio al sistema de compra y venta, y se le llamó Alasita; voz aymara para decir “Cómprame”.  El ekeko, hombre pequeño, al tocar las illas, les permitía multiplicarse.  Y así, se le considera a este hombrecito de baja estatura, como Dios de la Fecundidad; reproductor del dinero y de los frutos agrícolas.
Cuando vinieron los españoles, las divinidades indígenas fueron declaradas como herejía prohibiéndose su culto; aunque el culto a ellas siguió en la clandestinidad.
Cuenta la tradición, que durante el cerco a la ciudad de La Paz en 1781, realizado por las fuerzas rebeldes indígenas de Túpac Amaru y Túpac Katari, la población española casi muere de hambre.  Se dice que el encomendero Francisco Rojas había destinado a su sirvienta Paula Tintaya para que sirviese a su hija Josefa, esposa del Intendente de La Paz, don Sebastián de Segurola.  El desesperado enamorado de Paulita, modeló con barro un ekeko protector que se parecía mucho al encomendero, y lo cargó de toda clase de diminutos sacos de comida.  También se las ingenió para hacerle llegar a su amada granos secos y charqui para que ésta pudiese comer.  La sirvienta se compadeció del hambre de su patrona y la fue alimentando, atribuyéndole al ekeko que tenía en su cuarto, el milagro de las provisiones.  Al vencer los colonizadores a los invasores indígenas, el Intendente Segurola, en agradecimiento por la generosidad de la sirvienta, dictó una ordenanza en 1783, mediante la cual se cambió la fiesta tradicional indígena del Ekeko de diciembre, al 24 de enero, fiesta de Nuestra Señora de la Paz, bajo cuya protección y misericordia la ciudad había sobrevivido al tremendo desastre causado por la ocupación indígena. 
Y así, todos los años, en la Feria de las Miniaturas o de las Alasitas en Bolivia, el ekeko se mantiene como rey de las festividades.  En la mayor parte de los hogares bolivianos, no falta esta figurilla, como símbolo de suerte y abundancia. La vestimenta del ekeko ha variado con los años, desde que los españoles prohibieron el uso de ropas precolombinas hasta su “indianización”, como producto de la reivindicación de los valores nativos.  Tiene la boca abierta, con una gran sonrisa, y la tradición dice que si se le pone un cigarrillo en la boca, y éste se consume hasta el final, será un buen augurio para su dueño.  En la feria se venden toda clase de miniaturas: billetes, maletas con un millón de dólares, boletos de viaje, pasaportes, casas, computadoras y otros bienes materiales; reflejos de los sueños y esperanzas de los pobladores.
Como anécdota, les quiero contar que en el periódico boliviano Los Tiempos, se lee una noticia de que en la inauguración de la Feria Artesanal de Alasitas 2007,  el presidente Evo Morales pidió al ekeko una esposa para el vicepresidente Alvaro García Linera.  También rogó por la concretización de los cambios estructurales a través de la Asamblea Constituyente.  Agradeció al ekeko por el superávit fiscal boliviano de ese año pasado y atribuyó el haber ganado las elecciones, a que compró en la feria anterior a los comicios electorales, una sillita: símbolo del sillón presidencial.
 
Ekeko: fotografía del diario El Comercio

  
                                         

  Lucia Newton de Valdivieso

  Nueva York
                                                                          

No hay comentarios.:

Publicar un comentario