AROMAS DE MISTURA
Parte II
Una mixtura o mistura es una mezcla o incorporación de varias cosas; es una porción compuesta de varios ingredientes.
En Lima, ciudad de los pregones voceados por los cientos de vendedores que se constituyeron en el “reloj hablado” de la ciudad, no dejaron de marcar su recorrido las famosas mistureras, cuya grácil imagen fue realzada y perdurada en la genial acuarela costumbrista de Pancho Fierro y de otros pintores de la época como José Gil de Castro o Vidal y Lazarte, quienes dejaron testimonio de aquella Lima virreinal y de los primeros años de la Republica.
Por casas y calles se paseaban toda clase de mercachifles; y la Plaza Mayor, hasta bien entrada la Republica, era utilizada como mercado. Las mistureras, vendedoras de paquetes hechos con flores, hierbas, especias y frutas olorosas se ubicaban entre calles y portales, ofreciendo coquetamente su mercadería. Después de la misa de la catedral, adonde iba lo más selecto de la sociedad de aquel entonces, vestido con sus más elegantes ropajes, era costumbre de los galanes obsequiar a las damiselas a quienes requerían, con un “pucherito de mistura”. Los precios de aquellos variaban según la calificación que daba la vendedora al comprador; por lo que la calle adonde éstas se ubicaban, solían llamarla “La calle del Peligro”. Don Ricardo Palma, en sus Tradiciones Peruanas nos cuenta que: “Las mistureras se sentaban en la vecindad del Sagrario, lugar bautizado como Cabo de Hornos, porque todo galán que por allí se arriesgara a pasar, a buen librar salía con un cuarto de onza menos en el bolsillo, gastado en un ramo de flores o en un pucherito de mistura.” Si la misturera lo veía adinerado, o si su acompañante le hacía un guiño de complicidad, el precio podía subir en comparación con los que se le cobraban a damas que iban solas o acompañadas de un señor de menor elegancia. Los pucheritos de mistura se vendían a toda hora; en especial los domingos y feriados. Por supuesto que había aquellos que querían impresionar a su pareja, y pagaban hasta una onza de oro…sin reclamar su vuelto. ¡¡¡Los adulones existieron en toda época!!!!
En su artículo “Vida Cotidiana en la Lima Colonial y del siglo XIX” de 1935, Carlos Patrón nos describe de qué estaba formado el tal puchero de flores. “Una margarita, un palillo, uno o dos capulíes; igual número de cerezas y de naranja agria, puesto todo sobre una hoja de plátano del tamaño del cuadro de una octava parte del pliego del papel, amarrada con cintas, salpicados encima de flores de manzanilla, del alhelí amarillo, del jazmín, de las violetas, la aroma, la margarita, y sobre ellas, unas ramas pequeñas de albahaca, del chocho, y a veces, ya una vara de jacinto, y una de junco o de frutilla: todo esto rociado con agua de olor ordinaria, o agua rica, o aguardiente de ámbar. Este puchero valía medio real, pero con los diversos agregados de las naranjitas de Quito, el albaricoque, las manzanitas ambareadas, las frutillas grandes, el níspero, la lúcuma pequeña, los claveles llamados entonces de la Bella Unión, las marimoñas, las mimosas, los tulipanes y demás flores recientes, recrecía su precio hasta dos o tres pesos; que podía llegar a 6 o 7 pesos, cuando tenía la flor nombrada artemisia (flor fragante de la familia de las margaritas), de valor arbitrario.” Estos paquetes eran llamados pucheros, quizás relacionándolos con aquella sopa típica en la que se mezclan diferentes tipos de carnes, legumbres y verduras. Don Ricardo Palma, en su Tradición, La Trenza de sus Cabellos, describe también a los famosos pucheritos, preferencia de las muchachas de la época: “La moda no era lucir constantemente aderezos de rica pedrería, sino flores; y tal moda no podía ser más barata para padres y maridos, que con medio real de plata salían de compromisos y aun sacaban alma del purgatorio. Todas las tardes de verano cruzaban por las calles de Lima varios muchachos, y al pregón de ¡el jazminero! salían las jóvenes a la ventana de reja, y compraban un par de hojas de plátano sobre las que había una porción de jazmines, diamelas, aromas, suches, azahares, flores de chirimoya y otras no menos perfumadas. La limeña de entonces buscaba sus adornos en la naturaleza y no en el arte”. Asimismo, Max Radiguet, un marino viajero francés, acompañante del Mariscal Petit Thouars, quien vivió cinco años en Lima, dice en un acápite de su libro sobre sus impresiones de Lima y la Sociedad Peruana, en 1841: “En la limeña hay a la vez, de la avispa y del colibrí. Tiene, como la primera, un fino corpiño y un dardo que es el epigrama; y del segundo, el color brillante, el vuelo caprichoso y desigual, y de ambos, un amor inmoderado al perfume y a las flores. Se la ve bajo los portales revolotear codiciosamente de un cesto a otro de las mistureras, y a veces le ocurre acosar a un transeúnte de cierta calidad con toda clase de zalamerías y gentilezas para obtener de su generosidad algún ramillete ansiado. (Generalmente las mujeres que actuaban así, se refugiaban en los tan criticados vestidos de “tapadas”) En la época en que la maniobra de que hablamos florecía con un brillo que se va extinguiendo cada día, se llamaba «Calle del Peligro» al sitio ocupado por las ramilleteras. Las sirenas ejercían seducciones tan irresistibles, que los cicateros, para evitar este pasaje peligroso daban vueltas inmensas, o si por aventura se aventuraban, no era sino después de haberse tapado prudentemente las orejas, como los marineros de Ulises en el Mar Tirreno.” Las mistureras eran de raza india o negra. Estas últimas muchas veces eran esclavas libertas, o cautivas que se dedicaban a la venta de sus productos con el fin comprar su libertad a sus patrones. Como dato curioso, vale referir que el agasajo a los visitantes de las casas acomodadas era tal que la señora de la casa los regalaba cuando se despedían, con pastillas de sahumerio, de briscado, mixtura, y les rociaban los pañuelos con perfumes delicados. Durante la época de la procesión del Señor de los Milagros, muchas esclavas liberadas que trabajaban como sirvientas en casas acomodadas, eran enviadas a esta celebración, con vestidos y alhajas prestadas por sus “amas”, llevando sobre un azafate de plata, toda una suerte de fragantes frutas mechadas con clavo de olor, sobre las que incrustaban banderitas, angelitos y flores hechas de canela, ramitos de flores frescas, y pastillas de canela y azúcar envueltas en papeles de colores. Y al son de la procesión, iban repartiendo sus misturas entre los fieles asistentes. Hoy en día las mistureras han desaparecido, pero forman parte del recuerdo de una Lima que se fue… pero que no se ha ido, porque sus tradiciones han quedado para siempre plasmadas en las notas, diarios y comentarios de aquellos que pensaron en preservar y contarnos las costumbres de aquellas épocas.
De Nicomedes Santa Cruz, nuestro famoso decimista, transcribo: “El Romance y Pregón de la Misturera”, escrito el 19 de Octubre de 1962:
Tras una pequeña mesa, con un cajón por asiento, estaba la misturera sus pucheritos vendiendo “¡Pucheritos de mistura, violetas y pensamientos…! Pucheritos de mistura! ¡De jazmines los pucheros!”
Se ubicó la misturera, -allá por 1700- en el Portal de Escribanos y Portal de Botoneros. (Ostentan hoy los portales enlosado pavimento, pero del tiempo que os hablo, empedrado estaba el suelo); Formando tapiz policromo los desmenuzados pétalos daban florido alfombrado, haciendo alegre el paseo. “¡Pucheritos de mistura, violetas y pensamientos, Pucheritos de mistura! ¡De Jazmines los pucheros…!
Separan la flor del tallo, cortándola por el cuello. Es la flor de una cabeza guillotinada del cuerpo. Luego de esta operación-arrojando el tallo acéfalo-aquellas flores surtidas son lo que llaman “puchero”. En un vaso de papel, hecho por hábiles dedos, acomodan los jazmines, violetas y pensamientos. “¡Pucheritos de mistura que tienen variable precio! ¡Baratos, sola la dama! ¡Caros sin compañero!
El regalo de mistura fue indispensable en tal tiempo. Más de un galán a su dama consiguió con tal obsequio. El amigo de la familia-como el que deseaba serlo-recurriendo a la mistura-pasó de puertas adentro…. “Pucheritos de mistura que allá por el setecientos, fueron la expresión galante de tan romántico tiempo…”
Lucia Newton de Valdivieso 2 de Marzo de 2010
Parte II
Una mixtura o mistura es una mezcla o incorporación de varias cosas; es una porción compuesta de varios ingredientes.
En Lima, ciudad de los pregones voceados por los cientos de vendedores que se constituyeron en el “reloj hablado” de la ciudad, no dejaron de marcar su recorrido las famosas mistureras, cuya grácil imagen fue realzada y perdurada en la genial acuarela costumbrista de Pancho Fierro y de otros pintores de la época como José Gil de Castro o Vidal y Lazarte, quienes dejaron testimonio de aquella Lima virreinal y de los primeros años de la Republica.
Por casas y calles se paseaban toda clase de mercachifles; y la Plaza Mayor, hasta bien entrada la Republica, era utilizada como mercado. Las mistureras, vendedoras de paquetes hechos con flores, hierbas, especias y frutas olorosas se ubicaban entre calles y portales, ofreciendo coquetamente su mercadería. Después de la misa de la catedral, adonde iba lo más selecto de la sociedad de aquel entonces, vestido con sus más elegantes ropajes, era costumbre de los galanes obsequiar a las damiselas a quienes requerían, con un “pucherito de mistura”. Los precios de aquellos variaban según la calificación que daba la vendedora al comprador; por lo que la calle adonde éstas se ubicaban, solían llamarla “La calle del Peligro”. Don Ricardo Palma, en sus Tradiciones Peruanas nos cuenta que: “Las mistureras se sentaban en la vecindad del Sagrario, lugar bautizado como Cabo de Hornos, porque todo galán que por allí se arriesgara a pasar, a buen librar salía con un cuarto de onza menos en el bolsillo, gastado en un ramo de flores o en un pucherito de mistura.” Si la misturera lo veía adinerado, o si su acompañante le hacía un guiño de complicidad, el precio podía subir en comparación con los que se le cobraban a damas que iban solas o acompañadas de un señor de menor elegancia. Los pucheritos de mistura se vendían a toda hora; en especial los domingos y feriados. Por supuesto que había aquellos que querían impresionar a su pareja, y pagaban hasta una onza de oro…sin reclamar su vuelto. ¡¡¡Los adulones existieron en toda época!!!!
En su artículo “Vida Cotidiana en la Lima Colonial y del siglo XIX” de 1935, Carlos Patrón nos describe de qué estaba formado el tal puchero de flores. “Una margarita, un palillo, uno o dos capulíes; igual número de cerezas y de naranja agria, puesto todo sobre una hoja de plátano del tamaño del cuadro de una octava parte del pliego del papel, amarrada con cintas, salpicados encima de flores de manzanilla, del alhelí amarillo, del jazmín, de las violetas, la aroma, la margarita, y sobre ellas, unas ramas pequeñas de albahaca, del chocho, y a veces, ya una vara de jacinto, y una de junco o de frutilla: todo esto rociado con agua de olor ordinaria, o agua rica, o aguardiente de ámbar. Este puchero valía medio real, pero con los diversos agregados de las naranjitas de Quito, el albaricoque, las manzanitas ambareadas, las frutillas grandes, el níspero, la lúcuma pequeña, los claveles llamados entonces de la Bella Unión, las marimoñas, las mimosas, los tulipanes y demás flores recientes, recrecía su precio hasta dos o tres pesos; que podía llegar a 6 o 7 pesos, cuando tenía la flor nombrada artemisia (flor fragante de la familia de las margaritas), de valor arbitrario.” Estos paquetes eran llamados pucheros, quizás relacionándolos con aquella sopa típica en la que se mezclan diferentes tipos de carnes, legumbres y verduras. Don Ricardo Palma, en su Tradición, La Trenza de sus Cabellos, describe también a los famosos pucheritos, preferencia de las muchachas de la época: “La moda no era lucir constantemente aderezos de rica pedrería, sino flores; y tal moda no podía ser más barata para padres y maridos, que con medio real de plata salían de compromisos y aun sacaban alma del purgatorio. Todas las tardes de verano cruzaban por las calles de Lima varios muchachos, y al pregón de ¡el jazminero! salían las jóvenes a la ventana de reja, y compraban un par de hojas de plátano sobre las que había una porción de jazmines, diamelas, aromas, suches, azahares, flores de chirimoya y otras no menos perfumadas. La limeña de entonces buscaba sus adornos en la naturaleza y no en el arte”. Asimismo, Max Radiguet, un marino viajero francés, acompañante del Mariscal Petit Thouars, quien vivió cinco años en Lima, dice en un acápite de su libro sobre sus impresiones de Lima y la Sociedad Peruana, en 1841: “En la limeña hay a la vez, de la avispa y del colibrí. Tiene, como la primera, un fino corpiño y un dardo que es el epigrama; y del segundo, el color brillante, el vuelo caprichoso y desigual, y de ambos, un amor inmoderado al perfume y a las flores. Se la ve bajo los portales revolotear codiciosamente de un cesto a otro de las mistureras, y a veces le ocurre acosar a un transeúnte de cierta calidad con toda clase de zalamerías y gentilezas para obtener de su generosidad algún ramillete ansiado. (Generalmente las mujeres que actuaban así, se refugiaban en los tan criticados vestidos de “tapadas”) En la época en que la maniobra de que hablamos florecía con un brillo que se va extinguiendo cada día, se llamaba «Calle del Peligro» al sitio ocupado por las ramilleteras. Las sirenas ejercían seducciones tan irresistibles, que los cicateros, para evitar este pasaje peligroso daban vueltas inmensas, o si por aventura se aventuraban, no era sino después de haberse tapado prudentemente las orejas, como los marineros de Ulises en el Mar Tirreno.” Las mistureras eran de raza india o negra. Estas últimas muchas veces eran esclavas libertas, o cautivas que se dedicaban a la venta de sus productos con el fin comprar su libertad a sus patrones. Como dato curioso, vale referir que el agasajo a los visitantes de las casas acomodadas era tal que la señora de la casa los regalaba cuando se despedían, con pastillas de sahumerio, de briscado, mixtura, y les rociaban los pañuelos con perfumes delicados. Durante la época de la procesión del Señor de los Milagros, muchas esclavas liberadas que trabajaban como sirvientas en casas acomodadas, eran enviadas a esta celebración, con vestidos y alhajas prestadas por sus “amas”, llevando sobre un azafate de plata, toda una suerte de fragantes frutas mechadas con clavo de olor, sobre las que incrustaban banderitas, angelitos y flores hechas de canela, ramitos de flores frescas, y pastillas de canela y azúcar envueltas en papeles de colores. Y al son de la procesión, iban repartiendo sus misturas entre los fieles asistentes. Hoy en día las mistureras han desaparecido, pero forman parte del recuerdo de una Lima que se fue… pero que no se ha ido, porque sus tradiciones han quedado para siempre plasmadas en las notas, diarios y comentarios de aquellos que pensaron en preservar y contarnos las costumbres de aquellas épocas.
De Nicomedes Santa Cruz, nuestro famoso decimista, transcribo: “El Romance y Pregón de la Misturera”, escrito el 19 de Octubre de 1962:
Tras una pequeña mesa, con un cajón por asiento, estaba la misturera sus pucheritos vendiendo “¡Pucheritos de mistura, violetas y pensamientos…! Pucheritos de mistura! ¡De jazmines los pucheros!”
Se ubicó la misturera, -allá por 1700- en el Portal de Escribanos y Portal de Botoneros. (Ostentan hoy los portales enlosado pavimento, pero del tiempo que os hablo, empedrado estaba el suelo); Formando tapiz policromo los desmenuzados pétalos daban florido alfombrado, haciendo alegre el paseo. “¡Pucheritos de mistura, violetas y pensamientos, Pucheritos de mistura! ¡De Jazmines los pucheros…!
Separan la flor del tallo, cortándola por el cuello. Es la flor de una cabeza guillotinada del cuerpo. Luego de esta operación-arrojando el tallo acéfalo-aquellas flores surtidas son lo que llaman “puchero”. En un vaso de papel, hecho por hábiles dedos, acomodan los jazmines, violetas y pensamientos. “¡Pucheritos de mistura que tienen variable precio! ¡Baratos, sola la dama! ¡Caros sin compañero!
El regalo de mistura fue indispensable en tal tiempo. Más de un galán a su dama consiguió con tal obsequio. El amigo de la familia-como el que deseaba serlo-recurriendo a la mistura-pasó de puertas adentro…. “Pucheritos de mistura que allá por el setecientos, fueron la expresión galante de tan romántico tiempo…”
Lucia Newton de Valdivieso 2 de Marzo de 2010
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