LA GUADALUPANA
Corría el año 1531. México aún
enfrentaba los estragos y desconciertos creados por la conquista de su
territorio por Hernán Cortés entre los años 1519 y 1521, cuando cayó la capital
azteca de Tenochticlán. Después de
encerrar al rey Monteczuma en su palacio, y de repartirse las riquezas
capturadas, Cortés dio órdenes para que las imágenes de los dioses aztecas
fueran derribadas y que se sustituyeran por las cristianas. También, se suprimieron los sacrificios
humanos dedicados a aquellos.
Ya por ese entonces, en 1474, en Cuautitlán, señorío de origen chichimeca,
cerca de la ciudad de México, había nacido el indio Cuauthtlatohuac (el que
habla como águila). El vivió durante la
inauguración del templo de Tenochtitlán, en la que se cuenta que se
sacrificaron 80,000 cautivos en honor a los dioses. De repente participó, también, en las luchas bélicas
de la conquista de los mayas por los aztecas.
En 1503, cuando este indio tenía 29 años, ascendió Montecuzma al trono de
Tenochtitlán, y se produjeron cambios políticos importantes dentro del
imperio. Fue en el medio de los
conflictos generados entre las tribus indígenas, que se presento Cortés; quien
aprovechando de esta situación, consiguió aliados nativos, que se oponían al
gobierno establecido, para la empresa de la conquista. Las epidemias de viruela y sarampión, traídas
por los españoles, contribuyeron a diezmar, aún más, a la población indígena.
Con la conquista, vino la evangelización; la cual se encargó en México a la orden Franciscana. Ellos vinieron en 1525 y trataron de aprender
el idioma de los pueblos, de comprender su cultura, y de ganar su confianza, enseñándoles
oficios como carpintería, sastrería, tallado de altares, etc. Fundaron escuelas
donde les enseñaron a leer y escribir en español y los instruyeron en la
doctrina cristiana.
Fue así que el indio Cuauhtlatohuac, de 50 años de edad, recibió el
sacramento del bautismo, junto con su esposa Malintzin, adoptando
respectivamente, los nombres de Juan Diego y de Maria Lucía.
Un día, 9 de diciembre de 1531, Juan
Diego iba presuroso por el cerro de Tepeyac, a sus clases de catecismo, cuando oyó
que alguien lo llamaba. Al dirigirse a
la cima de aquel, logró ver a una mujer joven muy bella, que le habló en su
lengua nativa náhuatl, y que se identificó como Coatxalopeuh (que se pronuncia
“quatsalupe”), y que significa “la que aplasta la serpiente”. Más adelante, los españoles la llamarían
“Guadalupe”, en honor a una milagrosa estatua de la Virgen que había sido
encontrada años antes en un pueblo español de ese nombre. Le dijo que era la
madre de Dios y que quería encargarle que fuese donde el Señor Obispo, Fray
Juan de Zumárraga, y que le dijese que ella quería que en este lugar de la aparición,
se construyese un templo en el cual se honrase a su hijo, y desde el cual ella protegería
de todo mal a los pueblos de alrededor.
Juan Diego cumplió con lo encargado, pero el obispo no le creyó a pesar
de sus insistencia en dos ocasiones, y le pidió que le trajese una señal maravillosa, como prueba verídica
de este pedido.
El 12 de diciembre de 1531, fecha en la que se celebra la festividad de la
Virgen de Guadalupe, Juan Diego recibió noticias de la gravedad de su tío
Bernardino y se dirigió donde él, desviando su camino para no encontrarse con
la Señora. Pero ésta se le apareció y le dijo que perdiera cuidado porque su tío
estaba curado desde ese momento. También ordenó a Juan Diego que recogiese unas
rosas de castilla que misteriosamente estaban creciendo entre los pedregales inhóspitos
del cerro y le ordenó que las envolviese en su poncho y las llevase adonde el
obispo como prueba de su aparición, y que sólo las descubriese delante de él. Al llegar ante él, y al abrir su humilde
manto de ayate (tela de hilo de maguey), cayeron las rosas por el suelo y la
imagen de la virgen quedó grabada sobre la tela. El obispo, maravillado, cayó de rodillas
arrepentido, y reconoció ante los allí presentes, la verdad de los hechos. Era la imagen de una Virgen morena, vestida
con una túnica blanca simple, amarrada a la cintura con una cinta negra, señal
de gestación entre los indígenas. Sobre
sus hombros caía un suave manto salpicado de estrellas y su cabeza estaba
ligeramente inclinada hacia abajo.
Estaba parada encima de una luna negra, señal del mal entre los
mexicanos, y era sostenida por un ángel con alas de águila. Su cuerpo estaba
rodeado por un aura que despedía rayos de luz intensos.
Juan Diego y unos testigos del obispo
fueron a visitar al tío Bernardino, al que encontraron en perfecto estado
de salud y diciendo que había sido visitado y curado por la Señora, alrededor
de la hora que ella le había dicho a
Juan Diego, que lo curaría.
La ciudad entera se volcó a rendir culto a la imagen y el obispo autorizo
la construcción de una ermita en el lugar de las apariciones. Al morir su esposa, Juan Diego se mudó a un
pequeño cuarto junto a la ermita, a donde vivió por el resto de sus días, hasta
su muerte en 1548, cuidando de la imagen y recibiendo y dando ayuda a los
fieles que allí acudían.
La construcción de la “antigua
basílica de Guadalupe” fue terminada en el año 1706.
Entre 1974 y 1976, debido a que los cimientos de aquella edificación
comenzaron a hundirse, se construyó una nueva Basílica en su cercanía;
trasladando la imagen de la Virgen a aquella.
En esta estructura, de forma circular de tres niveles, se pueden
acomodar más de 50,000 fieles y cuenta
con varias capillas y una cripta subterránea
que contiene alrededor de 15,000 nichos.
Por sus puertas, pasan anualmente más de 4 millones de visitantes, que
vienen de todas partes de México y del mundo.
Las muestras de devoción son impresionantes. Muchos se acercan a la imagen de rodillas,
desde el atrio de la catedral. Llegan
camiones cargados de peregrinos, muchos de los cuales celebran con sus bailes,
danzas y discursos a la “Madre de las Américas”: La Guadalupana. Sienten a la Virgen suya; es una virgen
mestiza, como lo es gran parte del pueblo mexicano, y comparten con ella su
cultura.
Mucho se ha hablado de la autenticidad de la imagen y de los hechos
narrados. En los inicios de la conquista
sucede este hecho que mueve las fibras de invasores y conquistados. Los esfuerzos evangelizadores son coronados
por un hecho de tanta trascendencia, por
el cual, la Virgen, imagen de un catolicismo que se trata de imponer, se
aparece a un humilde indio converso; quien seguramente mezcla, como en el caso
de todos los demás indígenas, su cosmovisión original, con aquella religión
impuesta.
Se produce, así, un sincretismo cultural”; un fenómeno llamado por Juan
Pablo II, como de “inculturación”, por el cual los españoles y los indios se
aceptan los unos a los otros e integran sus culturas; no con el afán de
destruirse, sino de complementarse.
Se han hecho muchos cuestionamientos acerca de la autenticidad de los
hechos relatados, así como de la existencia
de Juan Diego. Se ha dicho que fue un ardid de los españoles para
acelerar la tarea de la evangelización. En 1996, el propio párroco de la Basílica,
Monseñor Guillermo Schlunberg, afirmó que Juan Diego era más un símbolo
religioso que un personaje real. Fue
depuesto de su cargo y como consecuencia de esto, se formó una comisión histórica
por la cual, en base a varios documentos
históricos, entre los que se encuentran el texto náhuatl del indio tepaneca,
Don Antonio Valeriano (1516-1605), que recoge la versión de la aparición de la
Virgen, y el testamento de Juana Martín (11 de Marzo de 1559), vecina de Juan
Diego, que se halla en la catedral de
Puebla, y en el que se da cuenta de
estos sucesos. En base a aquellos se obtuvo un fundamento sólido sobre la
existencia de Juan Diego en aquel momento histórico de México.
Los estudios científicos que se han hecho de la imagen, han producido
resultados sorprendentes.
Se ha descubierto que las estrellas que aparecen sobre el manto
corresponden exactamente con la posición de aquellas durante el solsticio de
invierno del 12 de Diciembre de 1531, que se produjo en México a las 10.26 a.m.
En 1979, al estudiar la imagen con rayos infrarrojos, se descubrió que la
pintura es de origen desconocido en la tierra.
A pesar de que el tejido no había sido tratado con ninguna técnica, los
colores se mantienen brillantes e iridiscentes.
La tela no se ha desintegrado, a pesar del paso del tiempo y de haber
estado sujeta a la humedad, polvo o el humo de las velas por 166 años; antes de
que se le pusiera un vidrio protector.
En 1791 se volcó accidentalmente un poco de ácido muriático en la parte
superior de la tela, y en cuestión de 30 días, ésta se reconstituyó milagrosamente.
A través de estudios oftalmológicos hechos por más de 20 especialistas médicos
destacados y por fotógrafos profesionales, se han descubierto reflejadas en las
pupilas de la Virgen, hasta 13 imágenes de personas distribuidas en un espacio
de 8 milímetros; algo imposible de ser divisado y pintado por el ojo
humano. En las imágenes se ha podido
reconocer las caras de Juan Diego y del Obispo Zumárraga, las cuales aparecían
en un cuadro de la época que se encontró detrás del de la Virgen, al ser trasladado
éste a su nueva Basílica.
Con todos estos testimonios, ¿como podría negarse la autenticidad de
aquellos hechos?
Juan Diego fue canonizado por el Papa Juan Pablo II el 31 de Julio del año
2002. De él dijo el Santo Padre: “Juan
Diego, al acoger el mensaje cristiano sin renunciar a su identidad indígena, descubrió
la profunda verdad de la nueva humanidad…facilitó el encuentro fecundo de dos
mundos, y se convirtió en protagonista de la nueva identidad mexicana, intimadamente
unida a la Virgen de Guadalupe; cuyo rostro mestizo expresa su maternidad
espiritual que abraza a todos los
mexicanos”.
“Al ser tomada como estandarte por los insurgentes de la Guerra de la
Independencia, la Guadalupana se volvió en el símbolo de la nación mexicana”.
(Juan Ramírez Cuevas, Independent Media Center, Barcelona, agosto del 2002).
“En la tradición oral náhuatl, todavía se escuchan los ecos de Tonantzin
(diosa de la tierra), que se confunden con Guadalupe. Apareció, así lo dicen los jefes, en el cerro
de Anahuac; una señal en el mismo cielo, a donde llega la manzana del Volador;
una mujer con gran importancia, más que los mismos emperadores, que a pesar de
ser mujer, su poderío es tal, que se para frente al sol, nuestro dador de vida;
y pisa la luna, que es nuestra guía en la lucha por la luz; y se viste con las
estrellas que son las que rigen nuestra existencia y nos dicen cuándo debemos
sembrar, doblar o cosechar. Nuestros
mayores ofrecían corazones a Dios para que hubiese armonía en la vida. Esta mujer dice que sin arrancarlos, le
pongamos los nuestros en sus manos para que ella los presente al verdadero
Dios”.
Lucia Newton de Valdivieso
12 de Diciembre
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