LA NAVAJA Y LAS PLUMAS: LAS PELEAS DE GALLOS
Quienes hemos vivido en el Peru desde niños, hemos tenido la oportunidad de haber asistido, por lo menos alguna vez, a las famosas lidias de gallos que se llevan a cabo en los improvisados galpones rústicos de las anteriores haciendas o en los coliseos limeños o del interior del país, como en Ica, Arequipa o el Valle de Nepeña en Ancash.
Estas son parte de nuestra sangrienta tradición de entretenimientos, que incluyen las famosas “corridas de toros” del mes de Octubre, o las peleas de toros que se observan sobretodo, en Arequipa. Sin embargo, no es el objeto de este articulo el discutir la “legalidad” de estas prácticas que tantas criticas suscitan entre los que abogan contra la crueldad con los animales, sino el de describir una actividad que se realiza desde tiempos de la colonia en el Peru y que forma parte de nuestras fiestas tradicionales.
Es famosa en nuestra literatura peruana la obra de Abraham Valdelomar (el célebre y caprichoso Conde de Lemos), “El Caballero Carmelo”, donde narra la historia de un gallo peleador. Es maestra la descripción del gallo Carmelo, cuando dice que era: “esbelto, magro, musculoso y austero, su afilada cabeza roja era la de un hidalgo altivo, caballeroso, justiciero y prudente. Agallas bermejas, delgada cresta de encendido color, ojos vivos y redondos, mirada fiera y perdonadora, acerado pico agudo. La cola hacia un arco de plumas tornasoles, su cuerpo de color carmelo avanzaba en el pecho audaz y duro. Las piernas fuertes que estacas musulmanas y agudas defendían, cubiertas de escamas, parecían las de un armado caballero medioeval.”
Las peleas de gallos son una afición muy antigua que data desde épocas inmemorables. En la primera literatura escrita de la que se tiene referencia, La Enciclopedia China, escrita hace 1500 años antes de Cristo, se mencionan éstas. Los gallos habían sido traídos de la India. Posteriormente, con la emigración de los pueblos Chinos derrotados por las nuevas dinastías, se llevan al Japón unos gallos grandes, resistentes y de patas poderosas. Así, los viajeros, comerciantes y conquistadores, los fueron llevando por todo el mundo. En Persia, Babilonia y Siria se hicieron populares las peleas de gallos en los festejos de los pueblos. También se les menciona en Grecia, Atenas y Egipto. Se dice que el famoso militar ateniense, Temístocles, ordenó que en honor a las Guerra Médicas (Entre Persia y Grecia entre los años 492 y 449 AC) se celebrase anualmente una fiesta y pica de gallos. En Grecia se les daba de comer ajos y cebollas a los gallos para aumentar su combatividad. Los hombres de Bretaña transportaron y establecieron la cría y peleas de gallos a los largo de la costa de Europa Septentrional.
El culto a las peleas de gallos fue notable, en especial, en Esparta, adonde se mostraban las peleas de gallos a la juventud como ejemplo de la inquebrantable voluntad de morir antes de ceder y de procurar la victoria a cualquier precio, sin importar nunca la fuerza y el poder del enemigo. Los gallos se encuentran inscritos en monedas antiguas y representados junto a las divinidades, como símbolos de fortaleza y valor.
Ya desde las épocas en que los romanos conquistan las Galias y Bretaña, se encuentran evidencias de la utilización de espolones de metal para las peleas de gallos. Por muchos siglos, Inglaterra y España estuvieron a la vanguardia en la cría de gallos de pelea. Durante los siglos XV y XVI, en Inglaterra de dedicaban todos los martes de Carnaval a las peleas de gallos. Debido a los grandes desórdenes causados por las contiendas, en 1840 se prohibieron las peleas de gallos. A pesar de que la prohibición subsiste allí hasta nuestros días, éstas se siguen manteniendo en la clandestinidad y gozan de gran popularidad.
Durante la guerra peninsular, los ingleses introdujeron los gallos a España y los cruzaron con los nativos (lo llamaron gallo ingles). Éstos se convirtieron en grandes peleadores.
En Hispanoamérica, fueron introducidos por los españoles, y en los Estados Unidos, por los colonos ingleses e irlandeses.
En Estados Unidos, el presidente Lincoln fue un gran aficionado y juez conocido en estas peleas; asimismo, Washington, Benjamín Franklin Y Andrew Jackson, lo fueron. Hasta hace pocos años había una gallera en los terrenos del Capitolio en Washington DC, a la que asistían varios congresistas aficionados. En Arizona y Missouri, esta práctica todavía es legal.
En América Hispana, los primeros gallos y gallinas fueron traídos por los españoles. Al principio, las peleas no tenían carácter público. Hay evidencias que los primeros gallos de pelea fueron traídos por Doña Inés de Suárez, compañera del conquistador Pedro de Valdivia. Desde Lima se enviaron a todo el Virreinato. Hasta 1535, no se conocía otro gallo que el español. Posteriormente, se les cruzó con aves traídas de México. La raza pura se corrompió al mezclarlas con gallinas corrientes.
La primera nota escrita sobra las peleas de gallos aparece en 1558 en las Estadísticas de Lima. Allí se describen las canchas y cómo se realizaban las peleas. A ellas concurrían entre 460 y 1500 personas, según la importancia de la lidia. Según Don Ricardo Palma, medio siglo después de fundada la ciudad de Lima, la afición ya era general, por calles plazuelas, huertas y claustros de conventos. Se dice que por los años 1700 las peleas de gallos eran motivo de desorden y alboroto público, por lo que se dispuso que los gallos salieran tapados para evitar medir o cotejar oponentes y evitar fraudes y reclamos. En 1762 se construyó un coliseo con anfiteatro de nueve gradas en la Plazuela de Santa Catalina. Esto controló las lidias de gallos realizadas por el pueblo. En 1804 se trasladó el coliseo a las inmediaciones de la parroquia de San Marcelo. Éste fue demolido en 1868. Después de pocos años de prohibición, en 1874 la lidia alcanzó un auge tremendo y se inauguró el coliseo de Malambito.
A pesar de que la aristocracia era bastante aficionada a este entretenimiento, fue el pueblo el que mostraba su mayor adicción. Los criadores cuidaban tanto a sus gallos, que muchas veces sacrificaban la alimentación de su familia con tal que no le faltara el maíz a sus gallos y pudieran ganar las luchas y recibir el dinero de las apuestas. Se registraron muchos casos de fraudes o trampas, como los de emborrachar al gallo contrincante o blindarlos con corazas de hojalata ingeniosamente escondidas entre las alas para que no penetrase la cuchilla.
La afición a las peleas empezó a decaer en 1899 y entre los círculos aristocráticos se decía que ninguna persona que se estime, debía de concurrir al coliseo. Entre el populacho, también disminuyó la afición. Se hacía en forma aislada con algunos provincianos provenientes de Trujillo, Tumbes, Iquitos o Amazonas. En Lima, los hacendados u hombres de campo realizaban peleas a navaja libre.
Entre 1900 y 1920, se registraron 4 coliseos de “a navaja” en Barranco, Magdalena, La Pampilla y el Coliseo de Sandia. Su propietario, el señor Cesar Aurelio Gonzáles Vigil, construyó también coliseos en Pachacamac, La Oroya y Chancay.
Entre 1940-1950 se construyeron tres coliseos más en Callao, Rímac y Piñonate.
En 1959 se inauguró el Coliseo del Gallo de Oro, propiedad de los Núñez y Guillén.
En 1969, a raíz de la Feria de la Alameda, organizada por la cervecería Backus & Johnson, y que contó con delegaciones internacionales, se cambió la espuela de metal por una de material no metálico (hueso, nylon, diente de lobo, etc.). Sin embargo, todavía se siguen usando las espuelas de metal.
El tipo de gallo ha ido cambiando según las mezclas y hay gallos de colores puros y mezclados, gallos de medias crestas, con aretes, sin cola (no muy resistentes; porque los galleros dicen que la cola del gallo es el timón de su cuerpo).
En las épocas de los 1940 no se registraba tiempo en las peleas, pero posteriormente, y a través de los años, éste se ha reducido a 15 minutos por pelea (solo 20% resiste).
Actualmente existen en Lima más de 100 coliseos de pico y espuela y por lo menos, cincuenta de a navaja, en los que se juega de mayo a diciembre, ya que de enero a mayo los gallos cambian de plumaje. Lugares como Barranco, Pachacamac, Surco, y Lurín, cuentan con Coliseos gallísticos; y todavía, como en tiempos de antaño, hierve la sangre de los apostadores.
Lucy Valdivieso
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