Es un momento triste pero que refleja la fe de la muchedumbre en una figura divina que es capaz de apiadarse de la miseria humana que de otro modo creen que no puede ser solucionada. Vale decir que ante la impotencia, la gente se refugia en una esperanza supraterrenal para resolver problemas de todo tipo...enfermedades, sufrimientos, males de amor, económicos, etc. Y cuando el milagro se realiza lo atribuyen a un poder divino superior. Cuando todo está perdido, allí se presenta el grandísimo poder de la fe.
UNA PLEGARIA AL SEÑOR DE LOS MILAGROS
Me imagino
a mí misma con un cirio prendido rezando con mucha devoción frente al altar del
Señor de los Milagros y pidiéndole que me devuelva a ese ser que se me ha
perdido; que fue un engranaje importante en mi vida y que ahora no está más;
que existe en algún lugar del mundo, pero que no quiere volver.
Desde el
rincón del altar viene el cura con su misal y lo siguen dos monaguillos
portando un incensario del que sale un humo aromático…viene a bendecir a los
fieles que ya comienzan a agolparse en esas horas vespertinas después del
trabajo. La gente se empuja para acceder
al altar. A un costado se encuentra la
imagen del Señor encuadrada con sus
aspas de plata. Me encuentro adelante y nadie me va a sacar de aquí porque
llegué primero. Hay padres que llegan
cargados con sus hijos y los alzan sobre sus hombros para que los vean los
hermanos asistentes y los carguen y los pongan aunque sea por un ratito sobre
el anda, con la esperanza de que esta les transmita la energía necesaria para
su curación…¡Un milagro por favor! Yo
sigo apostada sobre el sitio que he ganado. No me puedo subir sobre el anda por
obvias razones, pero de repente me dejan tocarla.
Hay veces
me pregunto: ¿Por qué a mí? Y mil veces
me responde esa voz interior, que tengo una misión y que el tiempo me lo
dirá. Me doy cuenta, pero esta situación
ya está tomando mucho tiempo. ¡Se me
pasan los años! Ayer me miré al espejo y si no fuera por el
tinte, mi cabellera estaría totalmente escarchada. .. Ni yo sé cuánto. Ya se me notan algunas nuevas arruguitas que
comienzan a hacerse más profundas…Quizá cuando él me vea de nuevo no me va a
reconocer. Cuando uno llega a cierta
edad, parece que los años galopan y que funcionamos al revés; que contamos de adelante para atrás.
¿Pero qué
estoy haciendo? Me detengo en tantas
reflexiones que casi olvido que tengo que defender mi sitio. Sigo avanzando. No sé si el hermano sabe mi urgencia… ¿Me dejará tocar el anda y
percibir su energía? Voy a poner mis mejores
ojos de carnero ahorcado, para ver si le causo una pequeña impresión. Nuestras miradas se cruzan y aprovecho la
ocasión. Debe de haber visto algo grave
en mi mirada, porque me llama con un gesto.
Me acerco incrédula al altar… “Póngase
el velo señora, que se va a acercar al Señor.
Pídale lo que sea…es muy milagroso y si usted reza con mucha fe, seguro se lo concederá.”
A lo lejos
veo al cura leyendo una oración de su misal, mientras que los monaguillos
zarandean el braserillo tirándole humo a uno de los fieles que piden la
bendición. El cura le hace la señal de
la cruz en la frente y al hombre le cambia el semblante…descanso, paz, alivio,
comunión con su fe. Se retira y se acerca por donde estoy. Yo impasible, me apuro a subir las gradas para
que nadie me gane el puesto conseguido… Ud. sabe, al final puede que haya
preferencias.
El hermano
carga al niño que recibe de brazos de su padre.
El niño lo mira con señal de sorpresa e incertidumbre y comienza a
llorar y a extender sus bracitos hacia su padre. “Está bien, le dice él; es un señor bueno que
te va a llevar adonde Papa lindo para que te cure tu piernita y puedas caminar
como tu hermanito. El joven murmura: “Señor que mi niño pueda volver a
jugar y que esta parálisis incomprensible no lo siga invadiendo.”
¿No será
mucho lo que le pido al Señor? Que mi
hijo recapacite y vuelva. Es algo que
no me impide seguir con mi vida; pero de repente sí, porque mi vida no es
completa. Nunca soñé que habiendo
dedicado tanto de mi vida a ellos, llegase el día que por una
incomprensión o juicio equivocado,
seamos tan infelices hoy.
Espero
pacientemente mi turno y me acerco. Ya
estoy cerca del anda…ya la estoy tocando.
Deposito una rosa roja, salpicada del rocío de la mañana; roja como la sangre que fluye por las venas de
los dos y bañada en rocío como bañada por las lágrimas que vierto en silencio
para que nadie se entere de mi dolor.
Señor te
pido que él vuelva, que sienta que nada pasó, que el tiempo puede recuperarse
ahora; que apremia que se haga ahora.
Que los años pasan y que no se recuperan y que los arrepentimientos son
inútiles cuando vienen a destiempo. Es
tan fácil dejar que la alegría vuelva a nuestro redil. El orgullo es vanidoso y ciego. Señor, que él sepa verlo. ¿Pero qué puede significar mi pena frente a
la de esos seres que claman por milagros de verdad? Señor si tienes que preferir los de los demás,
hazlo, pero si tienes un sitiecito para mi milagro, entonces concédemelo.
“Ya señora,
ya mucho rato…hay que darles oportunidad a los demás para que también se
acerquen. Mire que ya viene la hora de
la siguiente misa y ya va a vencer la visita al anda.” Me despierto de nuevo de mi obnubilación,
volteo la cara con una mirada agradecida y digo: “Chau Señor…ya sabes,
acuérdate de mí si puedes, y si no hay nadie que te pidió un favor más
importante que el mío.” Bajo las gradas
del altar un poco aliviada; el pesar que tengo siempre en el pecho se ha
calmado un tantito. Tengo fe en que los
milagros pueden suceder. ¡ Y tengo fe que este zambito que siempre me ha dado
consuelo y ayudado; lo hará esta vez!
¡Todo me lo
imaginé, pero estuve allí, pidiendo junto con los demás, un milagrito, un
milagrazo de verdad!
Son las
cinco de la mañana, Señor, y te pido, antes de dormir, después de esta jornada
larga, que mi imaginación se haga realidad y que pueda volver a soñar que esto
es de verdad… ¿Soñar digo? ¡No! ¡Que me hagas el milagrito de verdad!
No te
prometo ponerme hábito porque es difícil comprarlo por aquí, y porque además
tendría que comprarme varios para lavarlos… ¡Y no tengo plata, sólo una gran
devoción! Pero sí te prometo portarme
bien y llevar a mi nietecita a que conozca a su papá. Ya estoy viendo cómo la acurrucará en sus
brazos, y la llenará de besos y podrá enseñarle todas estas cosas que tanto
quería que aprendiera. Ya pues Señor,
concédeme ese milagrito, milagrote, antes de que el tiempo nos gane a los dos.
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