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lunes, 2 de diciembre de 2013

El homenaje de Juan Diego Flores a Mario Vargas Llosa y Comentario del periodista Raúl Tola



La gran reunión: Diario La República

“Cómo canta este muchacho. Qué emocionante, qué conmovedor”. Hace diez minutos estoy de pie, y las manos y la espalda me duelen, pues todo este tiempo no he dejado de aplaudir. A mi lado una mujer menuda comparte mi entusiasmo, así como el numerosísimo público que ha colmado las graderías del Auditorio Nacional de Música de Madrid.
Rodeados por los violines, contrabajos y metales de la impecable Orquesta Nacional de España, dos jóvenes agradecen la avalancha de emoción y gratitud que los ha hecho volver tres veces, para interpretar nuevas y sobrecogedoras piezas líricas. Antes del penúltimo bis, con una sonrisa orgullosa, ambos han pedido que el homenajeado de la noche se acerque para recibir el saludo de los espectadores. Desde su butaca en medio de la tribuna principal, este se ha puesto de pie y ha caminado con paso tranquilo hasta el escenario, desde cuyo borde ha estrechado las manos, abrazado y agradecido a ambos jóvenes.
Ese saludo entre Juan Diego Flórez, el director Miguel Hart-Bedoya y Mario Vargas Llosa ocurrido este jueves debe ser la reunión de los peruanos más notables de la actualidad. Los auditorios y lectores más exigentes del mundo han caído rendidos frente a las novelas e interpretaciones de estos artistas soberbios, merecedores de los mayores galardones.
Miguel Hart-Bedoya debe ser el menos conocido de los tres. Pero desde que cruza la puertecilla que comunica la trastienda con el escenario, batuta en mano, este limeño de 45 años con estudios, interpretaciones y grabaciones en las principales capitales del planeta, se apropia del lugar. Dirige con tanta soltura y entusiasmo, intercalando una afable sonrisa con una mirada vehemente en los momentos más intensos, que aquella perfección que alcanza parece sencilla. «La Orquesta Nacional nunca ha sonado tan bien», dice la mujer a mi lado, durante una de las pausas.
Cada una de las notas interpretadas por Juan Diego Flórez, el mejor tenor ligero de la historia, puede sentirse en los intestinos. Su voz es al mismo tiempo cálida, potente y dúctil, y cuando canta, aquel muchacho de apariencia frágil, que de joven se ganaba la vida en bodas y eventos sociales limeños, se transforma en un coloso, y transmite una emoción y una energía que escapan de las palabras y descripciones.
Cuesta sobreponerse a la inmensa felicidad que siento, pero al ver este encuentro no puedo dejar de pensar en el enorme mérito detrás de las carreras y éxitos de Juan Diego Flórez, Miguel Hart-Bedoya y Mario Vargas Llosa, proviniendo de donde provienen. Salir de un país donde no se lee y ganar el Premio Nobel de Literatura, o ser tenor belcantista o director de orquesta naciendo donde la música clásica es poco menos que una rareza o una exquisitez, hace mayor el inmenso mérito de estos tres peruanos universales e indiscutibles, que debieron remar contra la corriente para alcanzar el renombre y el éxito.
Juan Diego Flórez y Miguel Hart-Bedoya deciden cerrar el «Concierto Homenaje a Mario Vargas Llosa» con una canción fuera del programa. La Orquesta Nacional de España arranca unos compases muy familiares, y cuando el tenor peruano canta la primera frase dedicada al homenajeado, no puede continuar. Una lluvia de furiosos aplausos sigue a aquel «Déjame que te cuente, limeño». Sonríe, agradece y pide perdón, y la orquesta y él recomienzan aquel himno de Chabuca Granda. Por unos minutos el espíritu de nuestra compositora más soberbia se une a la reunión de Flórez, Hart-Bedoya y Vargas Llosa, y ya no falta nada.



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