Según la
tradición cristiana, hoy, Viernes Santo, se celebra la muerte de Cristo. Una muerte simbólica, porque Cristo no está muerto…sigue vivo en
las muchas caras de los seres que pueblan en este mundo…no sólo de los que
creen en Él. Se le adjetiva con
mayúscula, porque fue un hombre, quien en sus 33 años de vida, tocó con sus
acciones y doctrina de amor, a más vidas de lo que ha podido alguna vez tocar
un político destacado.
Cristo está
presente en las caras y acciones de todos aquellos que alguna vez han realizado
actos caritativos, de aquellos que han sentido compasión por las necesidades de
su prójimo; de aquellos que han hecho de la honradez su estandarte; pero está
también inerte en el alma de aquellos que no han puesto una meta espiritual en
sus vidas.
No tenemos
una fotografía o pintura de la época que nos pinte a Jesús como realmente era. Lo único auténtico parece ser el famoso sudario de Turín, la tela con la que se cubrió
a Cristo después de bajarlo de la cruz, ya muerto, para enterrarlo. Los pintores de diferentes épocas lo representan en base a sus concepciones
personales de lo que para ellos significa el rostro de Jesús. Lo más probable es que fuese un hombre de
complexión oscura, como los hombres de esa región del mundo, y que tuviese el
pelo y la barba largos, como usaban los predicadores errantes de la época. Pero eso no importa, porque las personas son
recordadas y viven en el espíritu de aquellos que las internalizan. Viven a través
del ejemplo que sentaron. Viven a través de las acciones de aquellos que siguen
el camino o la obra iniciados por ellas.
La cara humana
de Cristo se recrea cada día en todas las personas. Es la cara de un ser que vino al mundo, que
se declaró representante de Dios Padre, y
que hizo un esfuerzo por construir un mejor mundo, luchando como un león por sus convicciones y
creencias de lo que debería ser una sociedad comprometida. Por eso fue respetado por sus seguidores y
enemigos…porque no cejó en difundir su mensaje de paz y amor. Pero es una cara terrenal, es una cara que
pasaría desapercibida si no hubiese marcado una diferencia, es una cara de
todos los días. Y no importa que esas
personas tengan más vicios que virtudes, pero se parecen a Él, en su naturaleza humana ,
y porque Cristo, en su intención, tomó en
cuenta justo a ellos y se arriesgó y se
inmoló por ellos, para mostrarles que vale la pena luchar por la redención del
mundo; por la lucha por la perfección y armonía.
Vale citar
un extracto importante del libro de Frederick Buechner, La Caras de Cristo:
“Tómelo o
déjelo, pero la cara de Cristo es una cara que reconoceríamos en cualquier
lugar…es una cara que nos pertenece de alguna forma; a nuestra edad, en nuestra cultura; una cara a la que de
alguna forma nosotros pertenecemos. Como
las caras de las personas que amamos, se ha vuelto tan familiar, que a no ser
que nos esforcemos, recién podremos
verla toda. Esfuércense. Véanla por lo que es, y para verla por entero,
véanla por la posibilidad de en lo que se pueda convertir: la cara de Cristo
como la cara de nuestro más íntimo y secreto destino personal.”
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