Benjamín Expósito ha trabajado toda la vida como empleado en un Juzgado Penal. Ahora acaba de jubilarse, y para ocupar sus horas libres decide escribir una novela. No se propone imaginar una historia inventada. No la necesita. Dispone, en su propio pasado como funcionario judicial, de una historia real conmovedora y trágica, de la que ha sido testigo privilegiado. Corre el año 1974, y a su Juzgado se le encomienda la investigación sobre la violación y el asesinato de una mujer hermosa y joven.
Expósito asiste a la escena del crimen, es testigo del ultraje y la violencia sufrida por esa muchacha. Conoce a Ricardo Morales, quien se ha casado con ella poco tiempo antes y la adora con toda su alma. Compadecido en su dolor, Expósito intentará ayudarlo a encontrar al culpable, aunque para ello deba remar contra la torpe inercia de los Tribunales y la Policía. Cuenta con la inestimable colaboración de Sandoval, uno de sus empleados y a la vez su amigo personal, que escapa a los rutinarios límites de su existencia emborrachándose de cuando en cuando, hasta perder la conciencia. Cuenta también con Irene, su jefa inmediata, la secretaria del Juzgado, de la que se siente profunda, secreta e inútilmente enamorado.
La búsqueda del culpable será cualquier cosa menos sencilla. No han quedado rastros en el lugar del crimen, y Expósito deberá avanzar a través de corazonadas y conjeturas. Por añadidura, la Argentina de 1974 no es un escenario pacífico. La violencia, el odio, la venganza y la muerte encuentran un terreno propicio para enseñorearse de las vidas y los destinos de las personas.
En ese marco cada vez más hostil, cada vez más oscuro, la tarea de Expósito terminará por mezclarse hasta el fondo con esa violencia monstruosa y creciente. Ya no será un testigo privilegiado, sino un protagonista involuntario cada vez más cerca del peligro.
Pero no sólo es ese joven Expósito de 1974 el que se ve arrastrado por la tempestad de los hechos. También ese otro Expósito, el del presente, ese viejo con pretensiones de escritor, se verá sumido en una tempestad que lo pondrá a la deriva. Porque Expósito ha puesto en marcha la máquina atroz de la memoria, ha aceptado ventilar y revivir todos sus recuerdos, Y esos recuerdos no son inocentes, no son neutrales, no son asépticos. Expósito escribe, y al escribir revive, y en el pasado que se levanta ante sus ojos se yerguen también todos sus fantasmas: sus decisiones, sus confusiones, sus irreparables equivocaciones.
A medida que avance, Expósito entenderá que ya es tarde para detenerse. Narrar el pasado dejará de ser un simple pasatiempo para llenar las horas muertas de sus días. Será el camino estrecho y sinuoso que deberá recorrer para entender y justificar su propia vida, para darle sentido a los años que le queden por vivir, para enfrentarse de una vez por todas a esa mujer de la que, treinta años después, sigue enamorado.
Los personajes
Ricardo Darín en el papel de Benjamín Espósito
Su papel es el de un hombre cansado. Y no sólo –aunque también- porque tiene más de sesenta años y acaba de jubilarse como empleado jerárquico en un Juzgado en lo Criminal de Instrucción. Está cansado de darle vueltas, en silencio, a un amor sin esperanzas. Está cansado de evocar una historia –un crimen, un culpable, un castigo- que afectó su vida y la de personas a las que quería. Por eso, cansado de su cansancio, decide ponerse en movimiento. Decide escribir, decide contar, decide levantar la pesada piedra de silencio con que ha ocultado todo aquello, durante más de veinte años. Pero no podemos volver al pasado sin que cobre vida. No podemos librarnos de la fría presencia de los fantasmas, una vez que los hemos convocado. Y Espósito tendrá que lidiar con esos fantasmas: los del amor, los de la violencia, los de la muerte.
Soledad Villamil es Irene Menéndez Hastings
Irene Menéndez Hastings es, al principio de la historia, la típica niña bien, acomodada en el puesto de Secretaria de un Juzgado por los buenos amigos de papá. El contacto diario con Espósito y Sandoval, mientras los tres intentan hallar al culpable de un asesinato horrible, le permitirá ganar en experiencia, en solidez, en determinación. Pero, como todo aprendizaje profundo, implicará para ella cuestionarse las certezas sobre las que se asienta su vida; y perder la certidumbre de que estará siempre segura y a salvo, la creencia en que el sistema judicial es efectivo y creíble, el convencimiento de que la maldad encuentra su castigo.
Veinticinco años después, Irene es una mujer madura que lleva con mano firme su propio Juzgado. Sin quererlo, sin pensarlo, se verá envuelta otra vez en esa maraña de crimen, de dudas y de descubrimientos dolorosos que la arrasó como un vendaval cuando era joven. Otra vez deberá decidir si frente a la verdad y sobre todo, frente a sus consecuencias, es preferible abrir los ojos, o que los ojos permanezcan cerrados.
Pablo Rago es Ricardo Morales
Ricardo Morales es, en su propia opinión, un muchacho bastante anodino, con un empleo bancario igual de anónimo y previsible. Pero su vida contiene, también, una desproporcionada maravilla: está casado con Liliana, una chica preciosa y adorable que le ha cambiado la vida. Son recién casados, y Morales se extasía cada mañana viéndola preparar el desayuno, contarle chismes minúsculos o imaginar cómo mejorar la casa en la que viven. Pero, venido desde la nada, el zarpazo oscuro de la violencia y de la muerte le arrebatará a la mujer que ama. Un crimen inexplicable y, de repente, una vida que carece de sentido o, mejor dicho, una vida cuyo único sentido se construirá alrededor de ese crimen. Entender ese crimen, encontrar al responsable, conseguir a toda costa su castigo.
Guillermo Franchella es Pablo Sandoval
Sandoval es un empleado judicial. El mejor amigo de Espósito. Su mano derecha en el trabajo. Se entienden con mirarse. Sandoval es un personaje de extremos: raptos de lucidez genial y pozos de desesperación en los que se hunde en el alcohol sin que nada más parezca importarle. Forma con Espósito una amistad de hierro. También de complementos. Lo que a Espósito le sobra de profesionalismo, a Sandoval le sobra de inventiva. Lo que a Espósito le sobra de timidez, a Sandoval de desenfado. Lo que les sobra a los dos es la lealtad que el otro les despierta, y la convicción de que hay cosas justas y cosas que no lo son. Y se empeñan en establecer y respetar esa diferencia.
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