A finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, la fotografía peruana vivió una época de oro. En la costa y la sierra del país florecieron grandes estudios, que dejaron uno de los legados fotográficos más importantes de América Latina. Esta eclosión artística se concentró en tres ciudades: Lima, Cusco y Arequipa. Sin embargo, las investigaciones de los últimos años, que revelaron los maravillosos legados fotográficos de las dos primeras ciudades, inexplicablemente dejaron de lado la fotografía arequipeña.
Durante gran parte de su historia, por motivos geográficos, históricos y por su propia cultura, Arequipa ha sido un mundo a parte, alejado de Lima y del resto de la sierra peruana. La Arequipa de antaño era orgullosa, conservadora y profundamente tradicional, y no deja de sorprender que en esta hermosa y templada ciudad, rodeada de volcanes y desiertos temibles, los arequipeños desarrollasen un particular e independiente modo de ser.
No obstante, en las últimas décadas del siglo XIX Arequipa comenzó a cambiar aceleradamente. La fuerte inversión extranjera en infraestructura y comercio en todo el país condujo a un boom de las exportaciones, y Arequipa, gracias a su acceso a la costa y la sierra, se transformó en un centro de la industria lanera y minera. Poderosas casas comerciales llegaron a dominar el mercado internacional de lana de oveja y alpaca, creando enormes fortunas. Con el crecimiento de la economía, surgió la demanda de bienes y servicios de lujo. Las suntuosas mansiones de los nuevos ricos se llenaron de muebles y adornos importados, y sus dueños lucían la última moda europea. En Lima y las provincias aparecieron estudios fotográficos para retratar a esta nueva burguesía. Por el año 1895 había dos grandes estudios en Arequipa, uno dirigido por Emilio Díaz y el otro por Maximiliano (Max) T. Vargas; este último era, de lejos, el más exitoso. Allí Carlos y Miguel Vargas Zaconet aprendieron su oficio.
Los hermanos Vargas nacieron en Arequipa en condiciones humildes, Carlos en 1885 y Miguel en 1887. Talentosos, trabajadores y ambiciosos, se inscribieron en el Colegio Salesiano, donde fabricaron su primera cámara fotográfica, recibiendo como premio una medalla de plata. Esta hazaña llamó la atención de Max T. Vargas y, en 1900, los hermanos Vargas se hicieron sus aprendices (no había relación familiar entre los hermanos y Max T. Vargas).
Max T. Vargas desempeñó un papel muy importante en el desarrollo artístico del sur andino. Destacados artistas pasaron por su estudio, entre ellos el carismático bohemio J. M. Figueroa Aznar, a la sazón pintor y fotógrafo, cuyos fotóleos sirvieron de inspiración a Miguel Vargas. Otro alumno del estudio fue el hijo mayor de Max T., Alberto Vargas, quien se hizo famoso como el creador de las “Varga Girls” que adornaron las revistas Esquire y Playboy. En 1908 ingresó un nuevo asistente al estudio: el joven puneño Martín Chambi, hoy en día conocido internacionalmente por sus fotos de Cusco y la vida serrana.
En 1912, los hermanos abrieron su propio establecimiento. El negocio fue un éxito desde el inicio; en 1922 remodelaron su local, que llegó a ser más lujoso que el estudio de su maestro. Durante los años veinte, Arequipa alcanzó una prosperidad sin precedentes, y el Estudio de Arte Vargas Hnos. llegó a su apogeo gracias a una vibrante economía, un florecimiento de las ideas revolucionarias y una generación de poetas, artistas y escritores talentosos que convirtieron la “Ciudad Blanca” en un oasis de cultura.
En el esplendor de su éxito artístico, los hermanos Vargas organizaron 16 exposiciones para exhibir sus mejores registros, y sus imágenes aparecieron frecuentemente en revistas nacionales y extranjeras de la época. Es precisamente en este período cuando el vínculo con artistas e intelectuales se intensifica. Alberto Guillén, poeta arequipeño, los recordaba como “bohemios elegantes y sutiles seductores”. En una época que carecía de galerías y museos, los hermanos Vargas hicieron de su estudio un centro de difusión cultural. Célebres pintores y caricaturistas expusieron sus primeras obras en la galería de los Vargas, y la llegada a la ciudad de personalidades nacionales e internacionales alentó ese fértil encuentro que progresivamente convirtió el estudio de los Vargas en un referente obligado. En sintonía con las otras corrientes culturales del sur andino (el grupo Orkopata en Puno y los indigenistas de Cusco), los hermanos Vargas realizaron una gran variedad de actividades de la intelectualidad ‘de avanzada’ como polémicas, conferencias y recitales. Asimismo, movimientos políticos regionales, entre ellos los grupos Sur y Arequepay, encontraron en su estudio apoyo y simpatía.
A medida que la fama de los hermanos Vargas crecía, sus logros fueron reconocidos en América del Sur y en Europa. En 1925 ganaron medallas de oro en el Salón de Arte Fotográfico de Buenos Aires y el Gran Premio de Honor y Medalla de Oro en el Centenario de la Independencia de Bolivia. En 1928, los hermanos Vargas fueron destacados en la Exposición de Sevilla junto a los fotógrafos más prestigiosos de Lima.
Todo cambió con el advenimiento de la depresión mundial en 1929. La crisis económica sacudió el sur andino, derribando la brillante sociedad que por tanto tiempo había sostenido el Estudio de Arte Vargas Hnos. De pronto, los estudios establecidos, con su gran personal y elevados gastos, ya no eran viables, y los fotógrafos se vieron obligados a cultivar una nueva clientela de poco dinero y menos pretensiones. La fotografía, antes un lujo, ahora estaba al alcance de todos, poniendo fin a la época dorada de los estudios tradicionales.
Poco a poco desaparecieron las escenografías elaboradas, las poses inspiradas y gran parte de la creatividad que antes fueron el sello del Estudio Vargas Hnos. En su lugar quedó un estudio moderno, más popular y comercial. Sin embargo, mantuvo su prestigio en Arequipa hasta el año 1958, cuando, al disolverse la sociedad familiar, se cerró para siempre ese centro artístico que durante casi medio siglo registró la vida social, cultural y sentimental de los arequipeños.
Los hermanos Vargas dedicaron sus vidas a la creación de un legado singular. En una alquimia delicada de luz, plata y vidrio retrataron su ciudad natal, captando los rostros y lugares, sueños e ilusiones de una época. Mientras el mundo que ellos vivieron se aleja cada vez más en la historia, sus fotografías permanecen como elocuentes recuerdos de un momento en que la fuerza incontenible de la modernidad aún no había arrasado los ritmos agraciados y elegantes de una sociedad vivaz y brillante.
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