“La moda es un conjunto de reglas, periódicamente modificables, de la forma o usos de vestir. "(Diccionario UNO). La forma de vestir,
siempre que se disponga de una holgura económica, se adapta a la frivolidad de
la época en que se vive; al deseo de imitar la vestimenta que está de moda en
el resto del mundo. Pero también está determinada por las condiciones climáticas
o por elementos religiosos, costumbristas o utilitarios. El filósofo Jorge Simmel dice que “entre las
causas del predominio enorme que en nuestra época tiene la moda, está nuestro
creciente rompimiento con el pasado, lo cual trae una acentuación de lo variable y el
cambio”. Entre los elementos que influyen en la moda están también las tendencias políticas; el clima social dentro del que se vive. La Saya y el manto se despegan del concepto de moda, porque trascienden la época, para suplir los fines propios de sus usuarias...el chisme, el anonimato, el permiso para "pecar", la intriga política... Por eso no hubo una urgencia de cambio, hasta trescientos años después.
Durante la época de la colonia, allá por los
años 1560, surgió la moda de las “tapadas”, quienes imitaron la vestimenta
(burquas) de las esclavas musulmanas que fueron llevadas por los españoles al Perú
en tiempos de la conquista. Se les llamo
así, ya que llevaban una saya, que era una especie de falda grande con una
correa a la cintura. El largo de ella
llegaba a la altura de los tobillos, dejando ver pequeños zapatos de raso
primorosamente bordados o cubiertos de pedrería fina. Sobre su cabeza llevaban un manto de seda que
se amarraba a la cintura, subía por la espalda y cubría la cabeza y parte del
rostro, dejando al descubierto un solo ojo. La ilustre escritora y luchadora
social Flora Tristán, en 1837, en su libro “Peregrinaciones de una Paria”, se refirió
a este estilo (que perduró tres siglos y que desapareció en 1859, destronado
por la moda francesa): “Este traje llamado saya se compone de una falda y de
una especie de saco que envuelve las espaldas, los brazos y la cabeza, y que se
llama manto. Nuestras elegantes
parisienses se divertirían con la simplicidad de este traje…se hace de
diferentes telas, según la jerarquía de rangos y la diversidad de las
fortunas. Es una confección tan
extraordinaria que merece figurar en las colecciones como objeto de
curiosidad”.
Según Don Ricardo Palma, el uso de esta
vestimenta se limitó a la ciudad de Lima y no se extendió ni siquiera al
Callao. El historiador suizo Von Tschudi
decía que “algunos tipos de saya se pegan al cuerpo de manera tan ajustada, que
hace resaltar las formas del mismo, sobretodo en las caderas; hacia abajo es
tan apretada, que impide caminar con rapidez: caminan a medio paso”. Las faldas eran generalmente plisadas y se distinguía
a las mujeres de sociedad porque usaban faldas oscuras de colores violeta, marrón,
verde, azul oscuro o rayadas, pero jamás en colores claros, porque éstos eran
usados por las mujeres públicas. El
manto era generalmente negro y debajo de él llevaban una blusa ceñida,
generalmente sin mangas. Usaban medias
de seda y según Tschudi, gastaban uno o dos pares de zapatos de raso por
semana. En la colonia, éstos iban
adornados de hebillas enjoyadas de valor incalculable.
Esta indumentaria permitía a las mujeres
circular por la ciudad sin temor a ser molestadas. Tschudi decía: “El velo es intocable, y si algún
hombre osa levantarlo a la fuerza, el populacho castigaría severamente el
atrevimiento”. Cuando estas quisieron
conservar un estricto incógnito, decidieron usar la saya de tiritas que tenía
los bordes rotos para que pareciera vieja.
Max Radiguet, un viajero visitante de Lima allá por los años 1840 decía:
“la saya y el manto, vestimenta originalmente destinada a servir al recato y a
la prevención de los celos de amantes y maridos, se volvió en un elemento
controversial: su uniformidad convierte a la ciudad en un vasto salón de
intrigas y de ingeniosas maniobras que burlan la vigilancia de los mas fieros
Otelos. Con tales elementos no fallan los escándalos, aventuras divertidas y
los mal entendimientos burlescos”. Esta
indumentaria sirvió para liberar a las mujeres de las restricciones sociales,
les permitió un coqueteo ilimitado y la concertación de citas secretas con sus
amantes.
Las autoridades políticas y religiosas,
influidas por los moralistas y por los maridos y amantes burlados, influyeron
para que en 1561 el cuarto virrey del Perú, Diego López y Zúñiga, dictara una
ordenanza prohibiendo el uso de dicha prenda.
A él le siguieron otros virreyes como el Conde de Chinchón, el Marqués
de Malagón y el Conde de Lemos; pero siempre se las arreglaron para protestar
y desacatar lo acordado. Inclusive, en
1591, se organizó un Concilio presidido por Santo Toribio de Mogrovejo, en el
cual se propuso que si las tapadas iban a las iglesias o procesiones con tal
atuendo, serían excomulgadas. A esto
respondieron las limeñas con tremenda anarquía doméstica y ganáronse el apoyo
de la esposa del virrey y valiéronse de otras influencias dentro del clero;
acciones que aplazaron, y por ultimo, disolvieron la decisión del Concilio.
Es importante resaltar que al darse la
Independencia militar y política en el Perú, no se obtuvo una liberación de los
lazos económicos con España o el rompimiento
de las costumbres coloniales.
Siguió existiendo la sociedad clasista y aristocrática y continuó el
intercambio comercial con España. La
Iglesia Católica siguió ejerciendo una influencia fuerte sobre la vida de la
nueva Republica, y se siguieron manteniendo los sistemas de servidumbre,
esclavitud y distribución de la tierra. A pesar de haberse suprimido los
mayorazgos y títulos nobiliarios, siguieron haciendo uso de aquellos.
Las tapadas, sobretodo después de la institución
de la Republica, jugaron un rol primordial en las luchas políticas y bajo el
disfraz de sus vestimentas pudieron participar en tertulias políticas y opinar
sin ser reconocidas. Pudieron frecuentar
espacios masculinos como el Congreso, y podían salir a pasear por las noches
bajo la luz leve y protectora de los candiles.
El traje de la tapada le sirvió a la mujer de aquella época como canal
de comunicación y de identificación social y personal. Según Flora Tristán, “esta libertad
disfrazada permite a la limeña ser siempre “ella”, libre de la opresión de las
convenciones sociales”. Las sayas
tomaron los nombres de los caudillos en apogeo: la saya salaverrina, la
orbegosina o la gamarrina; y las faldas fueron cambiando de vuelo y de colores, según la tendencia política con la que se identificaron.
José Mauricio Rugendas, siglo XIX |
Los salones franceses del siglo XVIII
comenzaron a ser emulados en Lima, y fue en estos locales o en residencias privadas, los cuales eran atendidos
generalmente por mujeres y frecuentados por la aristocracia y criollos
progresistas, donde se realizaron discusiones literarias, artísticas, científicas,
filosóficas y políticas. Fueron lugares niveladores de las clases sociales y de
acceso para aquellos excluidos de la vida política. Fue en
aquellos salones donde se gestaron muchas de las ideas políticas que
contribuyeron a la real independencia del Perú.
Allí se trazaron alternativas contra la retórica de la aristocracia
conservadora y contra las ideas eruditas y dogmáticas de la Universidad y de la
Iglesia. Así, se propició la movilidad
social. De paso, estos ambientes también dieron espacio amplio para el coqueteo
y la liviandad sexual.
Después de 1859, según Don Ricardo Palma, la
influencia de las cortes francesas fue más eficaz que los bandos de virreyes y
ordenanzas de la Iglesia para enterrar a la saya y al manto. Y así fue que en la segunda mitad del siglo XIX
se abandona totalmente su uso.
"Después de 1850, el afrancesamiento ha sido más eficaz que bandos de virreyes y ordenanzas de la Iglesia para enterrar la saya y manto.
Estaban de moda ahora, las faldas vueludas, las enaguas con aros, los vestidos de cuellos altos, las blusas y chaquetas de mangas de blondas y los peinados complicados con rulos y tirabuzones, coronados por sombreros con plumas o por redecillas. Llevaban parasoles, abanicos y chales. La limeña perdió la libertad de expresarse libremente y de poder salir a los lugares públicos sin custodia; menos durante las noches. La mujer se relegó cada vez más a la esfera privada y se masculinizó la esfera pública. Las tertulias en las casas se vieron limitadas a los temas literarios y los caballeros iniciaron sus tertulias en los clubes o asociaciones civiles o cafés, donde estaba prohibida y mal vista la mujer. Así, ella se convirtió en un instrumento para la expresión de la posición socio-económica de la familia. La “modernización” de su vestimenta, contradictoriamente resulto en una paralización, sino en un retroceso en la participación aunque sea secreta que aquella había tenido en la vida política del país. Pero siempre, desde mucho antes de la época emancipadora y durante la Independencia y la República existieron grandes mujeres, que contribuyeron al reconocimiento de su género y que participaron a través de sus contribuciones literarias o a través de su intervención directa, en las luchas por el progreso del país: Nombremos a Micaela Bastidas, Amarilis, Flora Tristán, Clorinda Matos de Turner, entre otras.
"Después de 1850, el afrancesamiento ha sido más eficaz que bandos de virreyes y ordenanzas de la Iglesia para enterrar la saya y manto.
¿Resucitará algún día? Demos por respuesta la callada o esta frase nada comprometedora:
-Puede que sí, puede que no.
Pero lo que no resucitará como Lázaro es la festiva cháchara, la espiritual agudeza, la sal criolla, en fin, de la tapada limeña." (Ricardo Palma: La Cosnpiración de la Saya y el Manto).Estaban de moda ahora, las faldas vueludas, las enaguas con aros, los vestidos de cuellos altos, las blusas y chaquetas de mangas de blondas y los peinados complicados con rulos y tirabuzones, coronados por sombreros con plumas o por redecillas. Llevaban parasoles, abanicos y chales. La limeña perdió la libertad de expresarse libremente y de poder salir a los lugares públicos sin custodia; menos durante las noches. La mujer se relegó cada vez más a la esfera privada y se masculinizó la esfera pública. Las tertulias en las casas se vieron limitadas a los temas literarios y los caballeros iniciaron sus tertulias en los clubes o asociaciones civiles o cafés, donde estaba prohibida y mal vista la mujer. Así, ella se convirtió en un instrumento para la expresión de la posición socio-económica de la familia. La “modernización” de su vestimenta, contradictoriamente resulto en una paralización, sino en un retroceso en la participación aunque sea secreta que aquella había tenido en la vida política del país. Pero siempre, desde mucho antes de la época emancipadora y durante la Independencia y la República existieron grandes mujeres, que contribuyeron al reconocimiento de su género y que participaron a través de sus contribuciones literarias o a través de su intervención directa, en las luchas por el progreso del país: Nombremos a Micaela Bastidas, Amarilis, Flora Tristán, Clorinda Matos de Turner, entre otras.
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