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jueves, 13 de julio de 2017

La Saya y el Manto

LA SAYA Y EL MANTO





“La moda es un conjunto de reglas, periódicamente modificables, de la forma o usos de vestir. "(Diccionario UNO).  La forma de vestir, siempre que se disponga de una holgura económica, se adapta a la frivolidad de la época en que se vive; al deseo de imitar la vestimenta que está de moda en el resto del mundo. Pero también está determinada por las condiciones climáticas o por elementos religiosos, costumbristas o utilitarios.  El filósofo Jorge Simmel dice que “entre las causas del predominio enorme que en nuestra época tiene la moda, está nuestro creciente rompimiento con el pasado, lo cual  trae una acentuación de lo variable y el cambio”.  Entre los elementos que influyen en la moda están también las tendencias políticas; el clima social dentro del que se vive.  La Saya y el manto se despegan del concepto de moda, porque trascienden la época, para suplir los fines propios de sus usuarias...el chisme, el anonimato, el permiso para "pecar", la intriga política... Por eso no hubo una urgencia de cambio, hasta trescientos años después.
Durante la época de la colonia, allá por los años 1560, surgió la moda de las “tapadas”, quienes imitaron la vestimenta (burquas) de las esclavas musulmanas que fueron llevadas por los españoles al Perú en tiempos de la conquista.  Se les llamo así, ya que llevaban una saya, que era una especie de falda grande con una correa a la cintura.  El largo de ella llegaba a la altura de los tobillos, dejando ver pequeños zapatos de raso primorosamente bordados o cubiertos de pedrería fina.  Sobre su cabeza llevaban un manto de seda que se amarraba a la cintura, subía por la espalda y cubría la cabeza y parte del rostro, dejando al descubierto un solo ojo. La ilustre escritora y luchadora social Flora Tristán, en 1837, en su libro “Peregrinaciones de una Paria”, se refirió a este estilo (que perduró tres siglos y que desapareció en 1859, destronado por la moda francesa): “Este traje llamado saya se compone de una falda y de una especie de saco que envuelve las espaldas, los brazos y la cabeza, y que se llama manto.  Nuestras elegantes parisienses se divertirían con la simplicidad de este traje…se hace de diferentes telas, según la jerarquía de rangos y la diversidad de las fortunas.  Es una confección tan extraordinaria que merece figurar en las colecciones como objeto de curiosidad”.
Según Don Ricardo Palma, el uso de esta vestimenta se limitó a la ciudad de Lima y no se extendió ni siquiera al Callao.  El historiador suizo Von Tschudi decía que “algunos tipos de saya se pegan al cuerpo de manera tan ajustada, que hace resaltar las formas del mismo, sobretodo en las caderas; hacia abajo es tan apretada, que impide caminar con rapidez: caminan a medio paso”.  Las faldas eran generalmente plisadas y se distinguía a las mujeres de sociedad porque usaban faldas oscuras de colores violeta, marrón, verde, azul oscuro o rayadas, pero jamás en colores claros, porque éstos eran usados por las mujeres públicas.  El manto era generalmente negro y debajo de él llevaban una blusa ceñida, generalmente sin mangas.  Usaban medias de seda y según Tschudi, gastaban uno o dos pares de zapatos de raso por semana.  En la colonia, éstos iban adornados de hebillas enjoyadas de valor incalculable.
Esta indumentaria permitía a las mujeres circular por la ciudad sin temor a ser molestadas.  Tschudi decía: “El velo es intocable, y si algún hombre osa levantarlo a la fuerza, el populacho castigaría severamente el atrevimiento”.  Cuando estas quisieron conservar un estricto incógnito, decidieron usar la saya de tiritas que tenía los bordes rotos para que pareciera vieja.  
Max Radiguet, un viajero visitante de Lima allá por los años 1840 decía: “la saya y el manto, vestimenta originalmente destinada a servir al recato y a la prevención de los celos de amantes y maridos, se volvió en un elemento controversial: su uniformidad convierte a la ciudad en un vasto salón de intrigas y de ingeniosas maniobras que burlan la vigilancia de los mas fieros Otelos. Con tales elementos no fallan los escándalos, aventuras divertidas y los mal entendimientos burlescos”.  Esta indumentaria sirvió para liberar a las mujeres de las restricciones sociales, les permitió un coqueteo ilimitado y la concertación de citas secretas con sus amantes.
Las autoridades políticas y religiosas, influidas por los moralistas y por los maridos y amantes burlados, influyeron para que en 1561 el cuarto virrey del Perú, Diego López y Zúñiga, dictara una ordenanza prohibiendo el uso de dicha prenda.  A él le siguieron otros virreyes como el Conde de Chinchón, el Marqués de Malagón y el Conde de Lemos; pero siempre se las arreglaron para protestar y desacatar lo acordado.  Inclusive, en 1591, se organizó un Concilio presidido por Santo Toribio de Mogrovejo, en el cual se propuso que si las tapadas iban a las iglesias o procesiones con tal atuendo, serían excomulgadas.  A esto respondieron las limeñas con tremenda anarquía doméstica y ganáronse el apoyo de la esposa del virrey y valiéronse de otras influencias dentro del clero; acciones que aplazaron, y por ultimo, disolvieron la decisión del Concilio.
Es importante resaltar que al darse la Independencia militar y política en el Perú, no se obtuvo una liberación de los lazos económicos con España o el rompimiento  de las costumbres coloniales.  Siguió existiendo la sociedad clasista y aristocrática y continuó el intercambio comercial con España.  La Iglesia Católica siguió ejerciendo una influencia fuerte sobre la vida de la nueva Republica, y se siguieron manteniendo los sistemas de servidumbre, esclavitud y distribución de la tierra. A pesar de haberse suprimido los mayorazgos y títulos nobiliarios, siguieron haciendo uso de aquellos.
Las tapadas, sobretodo después de la institución de la Republica, jugaron un rol primordial en las luchas políticas y bajo el disfraz de sus vestimentas pudieron participar en tertulias políticas y opinar sin ser reconocidas.  Pudieron frecuentar espacios masculinos como el Congreso, y podían salir a pasear por las noches bajo la luz leve y protectora de los candiles.  El traje de la tapada le sirvió a la mujer de aquella época como canal de comunicación y de identificación social y personal.  Según Flora Tristán, “esta libertad disfrazada permite a la limeña ser siempre “ella”, libre de la opresión de las convenciones sociales”.  Las sayas tomaron los nombres de los caudillos en apogeo: la saya salaverrina, la orbegosina o la gamarrina; y las faldas fueron cambiando de vuelo y de colores, según la tendencia política con la que se identificaron.
José Mauricio Rugendas, siglo XIX



Los salones franceses del siglo XVIII comenzaron a ser emulados en Lima, y fue en estos locales o en  residencias privadas, los cuales eran atendidos generalmente por mujeres y frecuentados por la aristocracia y criollos progresistas, donde se realizaron discusiones literarias, artísticas, científicas, filosóficas y políticas. Fueron lugares niveladores de las clases sociales y de acceso para aquellos excluidos de la vida política.  Fue  en aquellos salones donde se gestaron muchas de las ideas políticas que contribuyeron a la real independencia del Perú.  Allí se trazaron alternativas contra la retórica de la aristocracia conservadora y contra las ideas eruditas y dogmáticas de la Universidad y de la Iglesia.  Así, se propició la movilidad social. De paso, estos ambientes también dieron espacio amplio para el coqueteo y  la liviandad sexual.
Después de 1859, según Don Ricardo Palma, la influencia de las cortes francesas fue más eficaz que los bandos de virreyes y ordenanzas de la Iglesia para enterrar a la saya y al manto.  Y así fue que en la segunda mitad del siglo XIX se abandona totalmente su uso. 
"Después de 1850, el afrancesamiento ha sido más eficaz que bandos de virreyes y ordenanzas de la Iglesia para enterrar la saya y manto.
¿Resucitará algún día? Demos por respuesta la callada o esta frase nada comprometedora:
-Puede que sí, puede que no.
Pero lo que no resucitará como Lázaro es la festiva cháchara, la espiritual agudeza, la sal criolla, en fin, de la tapada limeña."  (Ricardo Palma: La Cosnpiración de la Saya y el Manto).
Estaban de moda ahora, las faldas vueludas, las enaguas con aros, los vestidos de cuellos altos, las blusas y chaquetas de mangas de blondas y los peinados complicados con rulos y tirabuzones, coronados por sombreros con plumas o por redecillas.  Llevaban parasoles, abanicos y chales.  La limeña perdió la libertad de expresarse libremente y de poder salir a los lugares públicos sin custodia; menos durante las noches.  La mujer se relegó cada vez más a la esfera privada y se masculinizó la esfera pública.  Las tertulias en las casas se vieron limitadas a los temas literarios y los caballeros iniciaron sus tertulias en los clubes o asociaciones civiles o cafés, donde estaba prohibida y mal vista la mujer.  Así, ella se convirtió en un instrumento para la expresión de la posición socio-económica de la familia.  La “modernización” de su vestimenta, contradictoriamente resulto en una paralización, sino en un retroceso en la participación aunque sea secreta que aquella había tenido en la vida política del país.   Pero siempre, desde mucho antes de la época emancipadora y durante la Independencia y la República existieron grandes mujeres, que contribuyeron al reconocimiento de su género y que participaron a través de sus contribuciones literarias o a través de su intervención directa, en las luchas por el progreso del país: Nombremos a Micaela Bastidas, Amarilis, Flora Tristán, Clorinda Matos de Turner, entre otras.


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