INDEPENDENCIA
Hoy se cumplen 243 años de la Independencia de
los Estados Unidos. Fue en esa
oportunidad que en el documento de la Declaración de Independencia que redactó
Thomas Jefferson, con ayuda de otros ciudadanos de Virginia en 1776, se
especificó un principio importantísimo en el que se decía:
Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos
los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos
derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda
de la felicidad; que para garantizar estos derechos se instituyen entre los
hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de
los gobernados; que cuando quiera que una forma de gobierno se haga destructora
de estos principios, el pueblo tiene el derecho a reformarla o abolirla e
instituir un nuevo gobierno que se funde en dichos principios, y a organizar
sus poderes en la forma que a su juicio ofrecerá las mayores probabilidades de
alcanzar su seguridad y felicidad....
Estos derechos permanecen inalienables hasta el
día de hoy y se traducen como la plena libertad política, económica y
administrativa de un Estado. Los
individuos que forman parte de él, vivirán dentro de sus confines con un
sentimiento de libertad total, dentro del cual tendrán la capacidad de actuar,
tomar decisiones y valerse por sí mismos.
La
verdadera independencia es reconocer que todos somos parte de un gran cuerpo de
colaboración que nos ayudará a liberarnos en el plano político y económico a
cada uno de nosotros y que este sentimiento proviene de nuestra pertenencia a
ese cuerpo integrador, que es el Estado del cual formamos parte, y que ha sido
elegido para representarnos.
Muchos de estos conceptos se ven minimizados
por decisiones unánimes que muchas veces no representan el consentimiento de
las mayorías, y que están orientadas a satisfacer los intereses de los
poderosos. Y es así que el verdadero
concepto que se concibió como orientador de las futuras generaciones que
poblarían este país, se ve amenazado en varias ocasiones.
Toda nación nueva, al formarse, busca que entre
sus ciudadanos exista el orgullo de pertenencia que deviene de anos de
tradiciones e intereses acumulados. Con el tiempo, el crecimiento demográfico,
las relaciones económicas y comerciales, hacen necesarias una globalización; y
el sentido de que, para progresar, hay necesidad de integrarnos a un sistemas más
amplio, nos pone en una situación de cuidado, ya que en ello va la protección
de nuestra individualidad como Estado y la protección de nuestros intereses
como Nación.
Podríamos decir que los ciudadanos de hoy son
ciudadanos del mundo, porque no podríamos sobrevivir sin él, pero los lazos
internos deben mantenerse fuertes para proteger nuestra individualidad.
Estados Unidos de América es una nación sui generis;
una nación que no responde a los moldes de las demás que nos rodean, porque
está integrada por sus pocos pobladores nativos sobrevivientes y por ciudadanos
del mundo entero que fueron bienvenidos en su momento y se integraron a esta
gran nación y la hicieron poderosa y benevolente. Vinieron de todos los rincones de este gran
mundo y trajeron sus culturas propias y se derritieron en la gran caldera que
la forma para llegar a un interés común, que es la convivencia libre y
tranquila dentro de un mismo ámbito.
El crecimiento demográfico con sus
consecuencias económicas y sociales crea la división de intereses dentro de
cualquier población y la competencia por el poder encuentra razones como el
racismo, la opresión de las clases deprimidas y el rechazo a políticas
migratorias que implican el compartir los bienes de producción con nuevos
pobladores.
Y en el caso de este gran país, hoy se olvida
el primer propósito sobre el cual se fundó
y que está expresado como
testimonio, en la inscripción de una placa al pie de esa gran dama que ilumina
con su antorcha ese gran puerto de entrada que es Nueva York, y que dice así:
"El Nuevo Coloso" de Emma Lazarus
(1801)
No como el gigante plateado de fama Griega,
Con extremidades conquistadoras extendiéndose
de tierra a tierra;
Aquí, en nuestras puertas en el atardecer
bañadas por el mar, estará de pie
Una poderosa mujer con una antorcha, cuya llama
es
La luz de los prisioneros y su nombre es
La madre de los exiliados. Su mano como faro
Brilla en bienvenida al mundo entero. Sus ojos
dóciles comandan
La bahía ventosa enmarcada por las ciudades
gemelas.
"Tierras de antaño quédense con sus
historias pomposas!" Exclama ella
Con labios silenciosos. "Dadme tus
cansados, tus pobres,
Tus masas amontonadas gimiendo por respirar
libres,
Los despreciados de tus congestionadas costas.
Enviadme a estos, los desposeídos, basura de la
tempestad.
¡Levanto mi lámpara al lado de la puerta
dorada!"
Traducido al español por Jorge E. Sanint
Demos alojamiento a los pobres del mundo; a
aquellos que huyen de la pobreza, de la violencia y de la guerra; a los niños
que escapan de estas situaciones y que son el futuro de cualquier nación.
¡Somos una nación rica con posibilidades de extender la mano a los desposeídos
para ayudarlos a surgir como ciudadanos del mundo! No permitamos que los ideales
de libertad e igualdad de nuestra nación sean chamuscados por la ambición
desmedida de líderes desalmados.
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