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viernes, 30 de agosto de 2013

CHINERÍAS



CHINERÍAS


Calle Capón en Lima (blog barrio-chino.com)





La inmigración China en el Perú fue una de las más importantes y numerosa inmigración de extranjeros al Perú.
Su presencia modificó la estructura económica, social, cultural y étnica peruana.  Fue a través de sus tácticas de inserción en aquella sociedad, por la cual ellos lograron  lo que acertadamente califica el escritor Humberto A. Pastor en su libro “Herederos del Dragón”, como la “chinización” de la cultura peruana.  Al decir de Zhou Yan, estudiante de la Universidad de Beijing, quien en el año 2006 hizo el primer estudio académico sobre el proceso de asimilación de los chinos en el Perú, desde la perspectiva China:  “En ningún otro lugar del mundo, los chinos y sus descendientes han logrado ser parte de una nación, como en el Perú; y se han desenvuelto de una manera tan exitosa, hasta asimilarse y constituir el universo de la peruanidad.  Pero no sólo depende de los chinos, sino también de los peruanos; por eso, es un caso irrepetible”.
Los chinos estuvieron presentes en el Perú desde la época de la Colonia y llegaron allá desde Méjico, en los barcos que traían mercadería China desde Acapulco.  Se dedicaron a las labores artesanales y de servicios, y desde entonces ya eran discriminados por los esclavos libres y mestizos, quienes los veían como competencia barata con los trabajos que ellos realizaban.  Ya en ese entonces, el virrey Ambrosio O”Higgins propuso la idea de traer trabajadores jornaleros para los campos de cultivo de la costa, como contraposición al “trabajo de poco rendimiento de los esclavos”.
La política liberal de la segunda mitad del siglo XIX trajo como consecuencia las ideas de integración del indio a la vida nacional, mediante su participación política y económica.  Así, se eliminó el tributo que el indio pagaba al Estado y se les otorgó la propiedad de las tierras que usufructuaba dentro de sus comunidades.  La poca productividad de estas tierras, llevó al endeudamiento de los campesinos con los grandes propietarios y a la venta de sus tierras a ellos debido a los compromisos adquiridos.  Muchos emigraron a zonas menos controladas como la selva y otros se vieron obligados a trabajar en el latifundio.  Por ese entonces, la mano de obra indígena estaba concentrada mayormente en la sierra y debido a sus problemas de adaptación a las zonas bajas, no era conveniente su empleo en las labores agrícolas de la costa.  En este marco, la actividad agrícola se vio amenazada por la carencia de mano de obra suficiente.  Adicionalmente, la comercialización del guano se había iniciado como una promesa rentable en el Perú, y se necesitaban trabajadores para este rubro.  Los pocos que tenían eran militares desertores, esclavos y presos, los cuales ofrecían poca garantía para un trabajo estable.
En el Asia, millares de chinos se encontraban en la pobreza debido a la superpoblacion de esa región (400 millones de chinos en 1849), así como debido a problemas sociales y económicos internos.  Según Basadre, estos pertenecían a una población mayormente analfabeta; procedente de grupos de rehenes, de las diversas facciones en pugna, cedidos a traficantes chinos o portugueses o aldeanos, pescadores, gentes secuestradas, jugadores perdidos de Macao, u otros ávidos de viajar.
Dentro de este marco se dio la Ley de Inmigración, el 17 de Noviembre de 1849, con el fin de traer trabajadores que se utilizarían en las labores agrícolas y extractivas.  Se ofrecía un premio de 30 soles por cabeza a todo introductor de colonos extranjeros, cuyo número no bajara de 50 y cuyas edades fluctuaran entre los 10 y 40 anos de edad.  Estos estaban exentos de contribuciones al Estado, y del servicio militar.

Los culíes (del hindú:  trabajadores golondrinos) venían al Perú con un contrato de 8 años.  Ellos ganarían mensualmente 4 soles, y podían ser negociados entre dueños por el valor de 400 soles.  Cuando concluía su contrato, obtenían un Boleto de Asiático Libre.
Las circunstancias de promulgación de esta ley se dan dentro del marco de una estructura de dominación y de desigualdad social de la sociedad peruana de aquel entonces, la cual se perpetúa en menor grado hasta nuestros días.  Y es así, que se otorga la exclusividad de importación de chinos, durante 4 años, a Domingo Elías y Juan Rodríguez, primeros explotadores de las islas guaneras.  Se les daría el premio prometido por colono y se les reembolsaría el valor de los 75 chinos que habían importado un mes antes.  Así fue que estos primeros asiáticos llegaron al Callao, el 15 de Octubre de 1849, en la barca danesa Frederick Wilheim, procedentes del puerto de Macao.  Los colonos irlandeses y alemanes que llegaron como consecuencia de esta ley, no se adaptaron a las condiciones de vida y su gestión no tuvo éxito. Esta ley, dio pie al tráfico ilegal de los culíes, y a su transporte en condiciones infrahumanas.  Se calcula que en el trayecto de los primeros años, que van desde 1849 a 1874, murieron más de 40,000 culíes en las travesías, que duraban un promedio de 120 días en alta mar, por la falta de alimentos y condiciones sanitarias adecuadas.
Esta etapa inmigratoria que corre entre aquellos años, podría calificarse  de predominancia rural, ya que la mayor parte de los chinos que llegaron se dedicaron a la agricultura en los campos de algodón y de azúcar de la costa, a la extracción del guano de las islas, al trabajo en la construcción del ferrocarril, y al trabajo domestico.
El trabajo en las islas guaneras fue infame.  La falta de una alimentación adecuada, los horarios indiscriminados y un ambiente de trabajo en el que estaban sujetos a soportar el constante hedor de los excrementos de las aves marinas, propiciaron la aparición de enfermedades que diezmaron grandemente a esta población.  Tenían que extraer por lo menos 5 toneladas de guano por día; siete veces a la semana. Si no cumplían, eran azotados por los caporales.
El trabajo en las tierras de cultivo y en la construcción de las vías férreas, exhibió características parecidas.  La vida en los galpones, con caporales que los vigilaban para que no se escaparan, estuvo teñida de promiscuidad, enfermedades y vicios.  Las haciendas tenían tiendas donde les vendían el opio, endeudándolos aun más.  Se dice que en el período que va entre 1849 y 1874, llegaron alrededor de 90,000 culíes, pero sólo sobrevivieron al final, alrededor de 45,000.  Los malos tratos propiciaron los suicidios, la fuga de los lugares de trabajo o cimarronaje, y las sublevaciones y rebeliones.  Una de las más importantes rebeliones fue la del saqueo y toma de la ciudad de Pativilca por los chinos cimarrones y la consiguiente liberación de sus compatriotas que trabajaban en otras haciendas. 
Es importante la contribución agrícola de los chinos, quienes enseñaron a los demás campesinos, las técnicas de cultivo del arroz; el cual se convertiría en fuente importante de ingreso para la economía nacional.
A través de los años, las leyes de inmigración de asiáticos fueron sometidas a varios debates y sufrieron modificaciones y anulaciones.  En 1854, Castilla abolió la esclavitud y se opuso al trabajo esclavista y al trato inescrupuloso de los emigrantes chinos.  Así, prohibió la inmigración de aquellos.  A pesar de esto, las presiones del Congreso para la importación de culíes, llevaron a la derogación de  tal ley en 1856.  En el ínterin hubo permisos especiales para el ingreso de los chinos.  Es de notar que en esta época, tanto el Estado como los políticos y hacendados, no consideraban a los chinos como un grupo étnico integrante de la comunidad nacional. Sin embargo, durante el gobierno de Manuel Pardo, en 1873, se dieron los primeros pasos para tal integración al mejorarse las jornadas de trabajo de los chinos, se les dio el descanso dominical y se instituyó el Registro Asiático en la prefectura del Callao, que estaba obligado de repatriar a los chinos que así lo quisieran.  La mayor parte de los chinos no regresaron a su país, sino que se integraron a la vida de la ciudad.  Desde su llegada a Lima, se ubicaron en la Calle Capón  y se dedicaron a los negocios de fondas, de comercio y de salones de juego.  En la ciudad se desarrolló todo un movimiento antichino.
En 1874 fue firmado el “Tratado de Amistad, Comercio y Navegación” entre China y Perú en Tientsin, por el cual se estipuló la protección mutua de los ciudadanos de ambos países y se condenaron los actos de violencia  y de fraude hacia los culíes en los puertos de Macao. Se establecieron, además, representaciones consulares en ambos países.
Es de notar que debido al resentimiento por los maltratos de los peruanos, los culíes colaboraron con las tropas invasores chilenas entre 1880 y 1881.
En el año 1874, año de la crisis azucarera en la Perú, se suspendió la introducción de culíes.  Ya en el ano 1882, caducaron los últimos contratos de trabajo de los chinos y todos aquellos residentes en el Perú, fueron libres.  Así, se inicio la segunda etapa del arribo de los chinos.  Al verse en libertad, se dedicaron a construir una sociedad basada en  la reconstrucción de su dignidad.  Se dedicaron a labores vinculadas con el comercio de abarrotes y de mercaderías y abrieron negocios de comidas.  La sociedad de aquel entonces, ávida de que se fueran, pero culpable de sus condiciones de vida, por la poca atención que se les daba, les echó en cara muchos de los problemas que por aquel entonces surgieron.  Uno de los principales fue el de la peste bubónica, que se produjo entre los años 1903 y 1930, razón por la cual el gobierno ordeno la destrucción del Callejón de Otayza, sitio de viviendas hacinadas de la población china.  Ellos se reubicaron en el Barrio Chino, a inmediaciones del Mercado Central.  El temor de la clase dominante por ser opacados por la tremenda organización y escalada económica de aquella sociedad de inmigrantes, provocó instigaciones entre las clases populares, que reclamaban la competencia por los bajos salarios cobrados por los chinos.  En 1909 se produjo un motín y saqueo de los comercios chinos.  Como consecuencia de esto, el gobierno peruano exigió el pago de 500 libras esterlinas por cada chino que entrase al Perú.  Posteriormente, por el Protocolo Wu-Porras, se restringió el número de chinos que entraría en el Perú.  Luego de conflictos adicionales, Perú prohibió la inmigración china en 1930.  Más adelante, sin embargo, se negoció una cuota de viaje al Perú, de 20 chinos por mes.

A pesar de todas las  hostilidades, la población china logró asimilarse a la estructura social y económica peruana, debido a varios factores que según Zhou Yan ( la estudiante mencionada anteriormente), se referirían a los matrimonios mixtos (al menos 5% de la población nacional tiene algo de chino), la “interesada” integración religiosa china (se convirtieron al catolicismo), la re-invención de la comida en el Perú como punto de convergencia entre peruanos, la ausencia de un racismo abierto, con su consecuente y fácil integración a la cultura nacional, y su prosperidad económica debido a su gran dinamismo y capacidad empresarial.  Esto último les permitió a los chinos su  inserción en las capas altas de la sociedad.  A la par que lograron construir una identidad propia, lograron asimilarse en una forma inteligente y organizada a nuestra cultura nacional.  


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