DE MONJAS Y
MONASTERIOS
Dong! Dong! Suenan al alba las
campanas que invitan al aseo y al rezo en el monasterio. Las religiosas se preparan para iniciar sus
labores cotidianas…
Cuando los conquistadores vinieron a América, unieron a su empresa, la
difusión de la doctrina religiosa Católica a los “infieles” nativos. Pero además de aquello, se propusieron
atender las necesidades espirituales de sus paisanos, así como la de los
criollos y mestizos integrantes de la comunidad de esa época. La Iglesia Católica llegó a tener un enorme
poder político y religioso en las colonias, y fue apoyada ampliamente por las
disposiciones papales y por la Corona Española.
Esta situación propició el enriquecimiento desmesurado de aquella
institución; la cual llegó a acumular una gran fortuna a través del control de
los “diezmos” (la décima parte de la producción agrícola y ganadera) que los
fieles pagaban para el mantenimiento del culto, a través de la asignación por
la Corona de cuantiosas tierras comunales, y a través de la asignación de
poderes inquisitoriales a los obispos.
Es así, que desde la institución de las colonias, se toma especial cuidado
en la construcción de conventos y templos para las órdenes religiosas.
Era una época en que los clérigos venían imbuidos de un conocimiento
profundo sobre las letras y las escrituras; elementos indispensables para el
adoctrinamiento de los súbditos de la colonia.
Surgieron, así, las discusiones teológicas, y se fomentaron las
tertulias religiosas.
Por esta época, la mujer tiene un rol reproductor en la sociedad. La mayor parte de ellas están destinadas a
ser madres y a aprender música, labores manuales, cocina, y a servir a sus
maridos. El derecho a opinar les es
limitado, y su educación deja mucho que desear.
Les está vedado predicar y razonar, y se les pone limitación a su
razonamiento. Se les fomenta la devoción
y la observación de las reglas de moralidad, así como una obediencia ciega a
padres y esposos.
Era la época del Concilio de Trento, de las reformas eclesiales, y de la Inquisición.
Existía un deseo grandísimo de ganarse indulgencias y de obtener el favor
divino a través de devociones y sacrificios personales. Muchos consideraban un honor que los hijos
ingresaran al convento, donde rezarían por la familia y por los pecados del
mundo. Aumenta enormemente el número de clérigos y de vocaciones religiosas.
Dentro de este marco se crean los conventos, y las mujeres también
participan en la obra evangelizadora.
Los primeros conventos de monjas fueron creados para mujeres pertenecientes
a las familias fundadoras y de las elites coloniales, y en ellos existía una jerarquía
de estratos, de colores de piel y de fortunas.
Los primeros monasterios tuvieron un papel decisivo en la formación
intelectual de las mujeres. Fue en ellos
en los que, hasta el siglo XVII, surgieron la mayor parte de textos literarios
escritos por mujeres. Las monjas, guiadas por sus confesores individuales, escribían
diarios que muchas veces podrían inculparlas en acusaciones hechas por estos clérigos
a la Inquisición. En estos escritos
abundaban el misticismo, el deseo de pagar con tortura por los pecados del
mundo, la creencia en manifestaciones divinas y la capacidad de realizar
predicciones.
Dentro de este marco surgen dos conventos importantísimos en la historia
del Perú: el Convento de Santa Catalina y el Convento de Santa Teresa, en
Arequipa.
Convento de Santa Catalina |
Convento de Santa Teresa |
Ambos constituyen una expresión del pensamiento colonial de aquellas épocas,
así como una expresión fidedigna de la arquitectura y arte del siglo XVI y
XVIII, respectivamente.
Santa Catalina, “una ciudad dentro de la ciudad”, y con una historia que se
remonta 400 años, fue fundada por una viuda arequipeña, María de Guzmán, bajo
la autorización del Virrey Francisco
Toledo y del Obispo del Cusco, Sebastian de Lartaun. Se precia de ser el primer centro de
recogimiento perpetuo para mujeres de la Orden de Santo Domingo., fundada en el
virreinato del Perú. En Lima, en 1558,
se había fundado el Beaterio de Nuestra Señora de los Remedios, después llamado
Convento de la Encarnación, y primero de la América del Sur.
Santa Catalina ha sido construida con piedra volcánica, el sillar,
constituyendo una joya arquitectónica muy especial, que ha soportado el embate
de varios terremotos durante su existencia.
Se construyó bajo la denominación de Santa Catalina de Siena; figura más
notable que ha tenido la Orden Dominica.
En esa época, las candidatas a monjas debían ser españolas, y las mestizas sólo
podían ser recibidas como monjas sin velo ni voto. Debían, además, tener buenas
costumbres.
Tenían limitaciones para su aseo, y también para recibir la comunión;
disposiciones que fueron modificándose con los años.
El convento estaba encabezado por una priora. Las niñas ingresaban al
convento a temprana edad y aprendían allí a leer y a escribir. Una vez completada su educación, podían
regresar a sus casas, o continuar con el noviciado por dos años más, para
después convertirse en monjas (no debían de tener menos de 15 años de edad).
Realizaban votos de pobreza, castidad y obediencia. Sin embargo, en las
primeras épocas del monasterio, las religiosas iban al convento con sus
sirvientas y ajuares, cada cual más lujoso, y contaban con celdas propias
mandadas a construir por sus padres o familiares y en las tenían su vivienda,
con cocina incluida.
El monasterio se financiaba con las dotes de las novicias (entregadas al
profesar), con la renta de sus propiedades, y con las donaciones. Existían las famosas “devociones”, por las
cuales las monjas, siempre acompañadas de una monja “oidora”, proporcionaban
consuelo a caballeros que buscaban un refugio para sus problemas personales a
cambio de que éstos les financiaran la comida, el vestuario y la
decoración. Lo hacían a través de
locutorios.
Durante tres siglos el monasterio sirvió de refugio para mujeres que acudían a él, ya sea por vocación propia, como por decisión de sus
padres o por búsqueda de amparo para sus problemas personales. Al ponerse el velo negro, después de haber
hecho el noviciado, la monja muere para el mundo y se arrepiente de sus culpas
pasadas.
En épocas anteriores, cuando una monja moría, se le velaba y enterraba en
el cementerio conventual. Se
acostumbraba ha hacer una pintura de la muerta.
El convento se precia de haber alojado a la beata arequipeña Sor Ana de los
Ángeles Monteagudo, quien fuera priora de aquel, y que actualmente se encuentra
en proceso de canonización.
Cuenta con una pinacoteca, dentro de la cual se encuentra una colección de
cuadros predominantemente religiosos, y de gran importancia artística y
religiosa.
El Monasterio de Santa Teresa, fundado en 1710, ha sido abierto al público
recientemente, después de 295 años. Es
una joya colonial maravillosa, y dentro de la quietud de sus paredes y
claustros bucólicos y acogedores, se puede encontrar una colección inigualable
de pinturas, esculturas, orfebrería, pinturas murales y demostración de técnicas
empleadas en su confección; así como muebles y objetos decorativos. Posee un nacimiento de una belleza
inigualable.
El templo principal alberga la imagen del”Niño Terremotito”, del que
cuentan que sobrevivió los terremotos de Arequipa milagrosamente, y del que
dicen que escapa de los brazos de su madre a pasear por los alrededores de la
ciudad.
Arequipa, ciudad blanca maravillosa, es hogar de estas joyas arquitectónicas
dentro de cuyos muros se plasma un pedazo importante de la historia del Perú
colonial.
Lucia Newton de Valdivieso
NY, 16 de Diciembre del 2008
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