DEME UN VIAJE!
En los albores de la colonia, desde España, se dictaron reglamentos sobre
la forma en que se configurarían los nuevos asentamientos poblacionales de los
pueblos conquistados y las condiciones higiénicas
que estos requerirían. Las Ordenanzas de
Población de Las Leyes de Indias decían: “Que el terreno y cercanía sea abundante
y sano; y el mas fútil, abundante de pastos, leña, madera, metales y agua
dulce. Aguas muchas y buenas para
regar”. Y así, cuando Lima fue fundada,
Pizarro se preocupó de que estas ordenanzas se materializaran en la nueva
colonia. En el año 1551, la Corte expidió
las llamadas “27 Ordenanzas de Lima” para el gobierno de la capital peruana; y
en ella se reitera la prohibición de lavar y de dar de beber a los caballos en
el río, y de echar inmundicias, porque en esta ciudad no hay fuentes donde la
gente beba, sino que todos beben en el río”. (“Higiene Ambiental en el Perú
Colonial, Biblioteca Virtual, UNMSM). Ya en las Ordenanzas de Toledo, dictadas
entre 1572 y 1574, se incluyen reglas de higiene que tienen que ver con el agua
pública que viene y va a la ciudad, así como reglas para la utilización y
limpieza de las acequias.
Cuando recién se fundó Lima, la gente se abastecía de agua hiendo, o en el
caso de la gente más pudiente, mandando a sus sirvientes con grandes tinajones
de barro para recoger agua del río. Más
adelante, durante la época de la esclavitud, los amos mandaban a sus esclavos a
colectar agua cristalina de las vertientes cercanas como el Canal de Huatica, Magdalena,
La Legua, Maranga o la de Piedra Lisa, que recibía su caudal al pie del Cerro
san Cristóbal. Posteriormente, los
negros libertos y los esclavos que tenían el permiso de sus amos, se asociaron
en un gremio u organización artesanal al que se le nombró el gremio de los
aguadores o repartidores de agua. Estos tenían
que pagar cuatro pesos al alcalde al incorporarse a esta organización; pago que
serviría para destinarlo a los fondos de
la Asociación. Semanalmente, este fondo
se incrementaba con el pago de una cuota de un real de plata. Ellos cobraban medio real de plata por “cada
viaje”, que consistía en el transporte de dos barriles o pipas. Hay veces subían sus precios
indiscriminadamente, según la demanda.
Según Jorge Basadre, entre los gremios y ocupaciones que pagaban patente
registrada en Lima en 1833, estaban los aguadores, con una acotación semestral
de 25,400 pesos. Sólo los aguadores de
la Plaza Mayor, llegaban a acumular una acotación semestral de 60 pesos.
Dice Don Ricardo Palma, que eran tremendos lisureros y que las madres
acostumbraban decir a los niños lisos: “Callen niños, que por las lisuras
parecen aguadores”.
Los aguadores se anunciaban con el tintineo de una campana que sonaba a
cada paso del asno, y según se dice en la Tradición de los Pregones de Lima,
acostumbraban a repartir el liquido elemento a las 9 de la mañana; hora de los canónigos. Dicen que la gente los recibía pidiéndole:
“Aguador dame un viaje” (un viaje consistía en dos barriles de agua). Se
convirtieron, así, en los primeros monopolizadores del sistema de distribución
de agua. Tenían que estar registrados en
una parroquia para poder desempeñar la tarea de transportar agua a los
vecindarios.
Habían dos clases de aguadores: los que iban a pie y los que iban en burro. El burro era llamado también “piajeno”, lo
cual significa estar montado sobre un pie ajeno al de uno.
Durante la época de la colonia, las principales fuentes de agua eran los ríos,
vertientes cercanas y lagunas. Se
aprovecharon también los recursos subterráneos, conocidos como “viajes de
agua”; algunos de los que llegaron a tener longitudes superiores a los 14 Kms.
y de los cuales se distribuía agua a las fuentes. Se colectó también el agua de las lluvias en
manantiales, y se construyeron acequias con el fin de evitar que el agua de la
lluvia pasara de las lomas a la plaza.
Las piletas públicas eran abastecidas por los ríos a través de tubos
hechos con barro.
Según Don Ricardo Palma, la primera pila de agua se instaló en 1564 en la
Plaza Mayor, y fue construida de roca maciza.
Estaba abastecida por acueductos revestidos de cal y ladrillos, que se
alimentaban de manantiales situados 6 Kms. más arriba de la capital, y que
fueron construidos por el cabildo de Lima.
En los años que siguieron, se fueron acrecentando el número de piletas; e
inclusive, algunas casas contaban con pileta propia. Estas fuentes tenían unos caños y el agua
llegaba a ellas utilizando el sistema de inclinación de los terrenos.
En 1651, el Virrey Don García Sarmiento de Sotomayor, ordenó la construcción
de la fuente de bronce que hasta hoy existe en la Plaza de Armas de Lima. De esta fuente se proveían los
aguadores. A raíz de unas excavaciones arqueológicas,
en 1996, se descubrieron las cañerías que alimentaban a las piletas.
Cada quince días, los aguadores tenían la obligación de atrapar y matar a
todos los perros de la vecindad que no tuviesen collarín. Esto lo hacían dándoles con un garrote que tenía
el extremo superior reforzado en plomo.
Era de ver la tremenda carnicería que quedaba en estos días. Para evitar esto, los dueños tenían que pagar
por el collarín, dos pesos anuales, renovables en diciembre. Con el tiempo se reemplazó esta práctica por
la del bocado envenenado.
Dice Don Ricardo Palma, que con el tiempo, el gremio de los aguadores se volvió
una potencia política, y que el alcalde que contaba con el apoyo de este
gremio, tenía asegurado su triunfo en las elecciones parroquiales. Ninguno del gremio se atrevía a contradecir
al alcalde. Todos los sábados, a las tres
de la tarde, se reunían en la plaza, para que el alcalde les pasase lista, y
luego hacían una junta para discutir sus asuntos. Ellos nunca respetaban las
decisiones de las mesas distritales de sufragio si no les convenía el partido
ganador; y si es posible, se defendían repartiendo garrotazos sobre los
ocupantes de la plaza. Como a eso de las
4 o 5 de la tarde del sábado, los aguadores estaban obligados a regar la Plaza
Mayor y las plazuelas de San Francisco, Santo Domingo, La Merced, y San Agustín. El patrón del gremio era San Benito, y lo
festejaban anualmente en la Iglesia de San Francisco.
Los aguadores fueron también los primeros bomberos de la Lima Colonial, y acudían
al llamado de los incendios, al oír el repique de las campanas de la Iglesia. Era de verlos con sus camisetas y pantalones
de montar y sus sombreros, y con sus barriles de lata o madera amarrados a un
cordel. Posteriormente, los gremios de carpinteros, barberos y autoridades
civiles, también participaron en esta labor.
Con el incremento de la población y el progreso de la ciudad, Lima fue
dotada de un sistema de acequias abiertas, por las que corría agua que
arrastraba la basura de casas y calles, y que desembocaban en el río. Se dice
que este sistema de desagüe primitivo subsistió en Lima hasta bien
entrada La República, y que se constituyó en uno de los principales focos de infección
y propagación de enfermedades. Hay que
recordar, también, que las acequias recibían los excrementos de los caballos
que pasaban encima de ellas. El control
sanitario de la dotación de alimentos, también fue muy deficiente. En 1790, bajo el gobierno del Virrey de Taboada,
se instituyó una política de higiene ciudadana, y se utilizaron los carritos de
basura, se construyeron silos dentro de las casas y se suprimieron las acequias
insalubres.
La colección de agua en las denominadas pipas o barriles de los aguadores, propició
el alojamiento de larvas y mosquitos dentro de ellos, con la consecuente
transmisión de enfermedades. En el año
1903, y debido a la descuidada política de higiene ambiental, se produjo una
epidemia de Peste Bubónica que adopto características endémicas hasta
1930. En 1919 se produjo un brote de
fiebre amarilla en la Costa Norte; el cual interesantemente se controló,
introduciendo en los barriles, pozos y pilas bautismales, la crianza de un pez
de río que se comía las larvas de los mosquitos.
Con respecto a los aguadores, el gremio fue abolido por el artículo 23 de
la Constitución de 1860, que establece que podía ejercerse libremente todo
oficio, industria o profesión que no se opusiera a la moral o a la salud, ni a
la seguridad publica. Así, se suprimieron las contribuciones o permisos para el trabajo
de aquellos. Esta práctica dejó a los
trabajadores a merced de quien los empleara.
Así, Manuel Atanasio Fuentes, en su Guía del Viajero en Lima, en la Estadística
de Lima de 1859, mencionó que existían por ese entonces, sólo 348
aguadores a pesar de que más de 10,000 casas de las 11,200 existentes, no tenían
contrato para recibir agua a través de las cañerías. Con el tiempo se fue dotando a las casas de cañerías
propias, y el servicio de los aguadores se suprimió del todo.
En algunos centros poblados de provincias y en los pueblos jóvenes de Lima,
todavía subsiste la distribución del agua en barriles. La gente todavía se baña en los ríos y se usan los silos y las acequias expuestas;
propiciando las enfermedades y el abuso en el cobro de este líquido vital.
Hoy en día la dotación de agua, sobretodo en las zonas andinas, sigue siendo
muy deficiente, y hay 7 millones de peruanos que no están conectados al
servicio de agua potable y de alcantarillado; servicios que son importantes
para la disminución de las enfermedades.
El 92% de agua dulce del Perú es consumida por la agricultura y ganadería,
influyendo en esto las practicas de riego inadecuado y las estructuras de
drenaje inexistentes.
La costa alberga al 60% de la población, pero cuenta con menos del 2% del
recurso agua, mientras que la ceja de selva y selva, tienen el 98% de ella. El calentamiento global está derritiendo los
glaciares, fuente de agua para los valles en las temporadas secas, y 16 de los
53 ríos de la Costa están contaminados por los relaves mineros (Datos de
Naturell/Blogspot/2003/Problemática el Agua).
En los países subdesarrollados, la difusión de las enfermedades está
estrechamente relacionada con las deplorables condiciones sanitarias en las que
viven amplios sectores de la población.
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